Si son ustedes seguidores del programa Masterchef y, como yo, trasnocharon el miércoles para ver el final tienen, como yo, un problema, y no es otro que haber seguido hasta el final una edición bastante pobre en lo que se refiere a cocina, que es de lo que va el programa, y que desde los primeros capítulos ya daba a entender de qué iba este año el rollo. Muchos denominan realities a este tipo de emisiones televisivas que en los últimos años se han hecho tan famosas y populares en nuestro país. Esta edición, la quinta, desde luego, ha sido lo más parecido. La noche de la final, muchos artículos y blogs televisivos ya hablaban de decepción, de amoríos e incluso de tongo. El caso más sangrante, el de una bloguera de un medio nacional que aseguraba tener fiables fuentes cercanas e inmersas en la presente edición, que le habían destripado los entresijos de lo que no deja de ser, al fin y al cabo, un programa de televisión. Salvando algunos detalles sobre la forma en que se desarrollaban las pruebas, el artículo rezumaba a aficionada o seguidora decepcionada por los cuatro costados que de madrugada, vestida con su pijama bordado con la icónica M y sollozante, le dedicaba duras palabras a su programa preferido. Desvelar que los concursantes dan clases de cocina los fines de semana (¡Oh, Dios mío, ¡cómo es posible!) o que el programa está editado y más que editado (de lo contrario, el Celebrity con Cayetana Guillén Cuervo habría sido una carnicería no apta para menores) tampoco es que sea destapar el caso Watergate o la trama Lezo. Además, es televisión. Uno no quiere saber el nombre del doble de Hugo Silva en El Ministerio del Tiempo o cuántos arneses sujetan a Calleja cuando trepa una montaña. El público quiere espectáculo. Y desafortunadamente, el espectáculo este año ha sido pobre. Con personajes alejados de anteriores concursantes con los que uno sí podía empatizar. Y los que han sido así en esta edición, no han llegado lejos por exigencias del guión. Un guión que los más de tres millones de espectadores de la final del programa nos hemos comido -perdón por el chiste fácil- y por eso les digo que tenemos un problema. El haber sido cómplices semana tras semana de un programa que, en esta edición, no iba de cocina. En Masterchef 5 apenas ha habido. Se avecina una nueva versión Celebrity que, de momento, no huele bien. Veremos qué tal sabe.