Los votantes de centroderecha creen más en los liderazgos de los partidos que representan esta tendencia que los de izquierda en los suyos si hay que fiarse de los últimos sondeos. En uno de ellos, publicado por un diario madrileño, Albert Rivera satisface a un 87 por ciento de los electores de Ciudadanos, y Mariano Rajoy, a un 76 por ciento del PP, mientras que Pablo Iglesias sólo convence del todo a un 69 por ciento de los seguidores de Podemos en las urnas, y Pedro Sánchez, a un 64 por ciento de los socialistas. Este último dato llama poderosamente la atención e invita a reflexionar sobre el abismo que separa a la votancia de la militancia, teniendo en cuenta el gran éxito reciente del secretario del PSOE entre los afiliados y cuánto presume de ello. Significa que con la fe ciega del militante de base no se va a ningún lado, porque los militantes de base son cuatro amigos comparados con los que acuden a las urnas a votar. Y tampoco tienen que coincidir en su demanda con ellos. Por ese motivo el líder deja de cubrir las expectativas de su electorado cuando para complacer el sectarismo de la afiliación da bruscos volantazos como está sucediendo con Sánchez, que gusta mucho a unos cuantos muy cercanos y se olvida de mantener una química ganadora con el resto. También es cierto, aunque con los sondeos haya que ser precavido, que la encuesta revela asimismo el cariño que los electores de Podemos le tienen a Sánchez, que despierta un elevado entusiasmo entre el 52 por ciento de ellos. Le quieren casi tanto como sus presumibles votantes socialistas. Igual pescando aquí y allá, su sueño de llegar a la Moncloa se cumple algún día, incluso primero de los que nos atrevemos a imaginar. O tememos.