Resulta demoledor para una personalidad volverse previsible, pero es peor todavía perder la solidez. Ser a la vez sólido e imprevisible es privilegio de los dioses. Simone Veil era así, y sin duda por ello ha entrado en el Panteón. En 1986 la Fundación Príncipe de Asturias convocó por primera vez el Premio de la Libertad. El encargado de otorgarlo fue un jurado en el que había grandes personalidades del mundo, entre ellas Simone Veil. Uno de los candidatos era la Vicaría de la Solidaridad, de Chile, que se distinguía por plantar cara con valor a Pinochet, entonces en el poder. Era un premio incómodo, cuando se barajaba un viaje Real a Chile y otro a Cuba, obviando el tipo de régimen. Simone, que no era de izquierda ni de lejos, se empeñó en premiar a la Vicaría e impuso su criterio. La Vicaria recibió el premio, Pinochet bramó, los viajes no se hicieron y el premio cambió de nombre.