Rajoy puede presumir de haber adormecido al PP. En cambio, entre sus predecesores socialistas ha despertado un entusiasmo enfervorecido. Los presidentes del Gobierno socialistas apoyan al actual jefe del ejecutivo en una investidura sin rugosidades, en la destrucción hasta ahora fallida de Pedro Sánchez y en la oposición al referéndum de Cataluña. ¿Hay algo en lo que estén en desacuerdo?

Los marianistas González y Zapatero eran insolubles antes de encontrar una pasión compartida. Hoy no solo advierten en su ídolo Rajoy la culminación de la democracia, sino el perfeccionamiento del trabajo previo de ambos líderes socialistas en La Moncloa. Nadie confundiría al actual presidente con un izquierdista, por lo que resulta fácil adivinar de qué lado cae el cambio de polaridad de la brújula. Aznar tiene que forzar su conservadurismo radical para alcanzar la sintonía con los neófitos Felipe y ZP.

Incluso los desmesurados fastos conmemorativos de las elecciones de 1977 se promocionaron como un canto emocionado al voto único, de nuevo bajo la batuta inevitable de Rajoy. El cálculo de González y Zapatero es irrefutable. Podemos no solo debe ser erradicado del mapa político, sino también del geográfico, pese a que Pablo Iglesias proclamó al segundo presidente del gobierno socialista como el mejor de la democracia. Nadie debería votar tampoco al PSOE de Sánchez, que se ha atrevido a contestar a sus mayores. Con estas premisas, los líderes históricos del socialismo compiten con Rivera en arropar a Rajoy, so excusa de reformas cosméticas.

Ya sea en la investidura, en el debate con la oposición o en el desafío soberanista, para González y Zapatero el error no recae nunca en el presidente, sino en quienes se empeñan en llevarle la contraria. De ahí que se hayan entregado sin cautelas a Rajoy, en un referéndum catalán que según el CIS obsesiona a un uno por ciento de los españoles. Este dato también debería alarmar a los independentistas, porque significa que los catalanes preocupados por la secesión no llegan al diez por ciento.

Oponerse a un referéndum independentista tras haber desempeñado la presidencia del Gobierno supone un ejercicio de responsabilidad. Ahora bien, González y Zapatero podrían haber aprovechado el debate para adoptar una mínima distancia frente al fragor de la discusión. Sin cuestionar la unidad del Estado, cabe preguntarse por qué el apoyo a tesis separatistas se ha disparado con Rajoy.

La opción secesionista se encontraba varada en el veinte por ciento de los catalanes antes de 2011, y se ha disparado como mínimo al cuarenta en las estimaciones más conservadoras. La coincidencia de que se haya duplicado el apoyo al divorcio estatal durante el Gobierno del PP obligaría a alguna consideración sobre el rumbo adoptado por La Moncloa. Aunque se bordee el sacrilegio político, se puede barajar si la solución sería más fácil con otro presidente.

González estaría especialmente preparado para plantearse este dilema de la Cataluña repentinamente hostil, dado que como candidato enamoró siempre a los catalanes, que fueron su arma secreta mediante el legendario voto diferencial en las elecciones generales. También Zapatero cosechó en Cataluña sus amplias ventajas sobre la derecha, además de gobernar durante dos legislaturas junto a Esquerra Republicana sin que crujieran los cimientos del Estado. Ambos felicitan ahora a Rajoy por haber fracasado donde los presidentes socialistas aplicaron sus armas de seducción.

González y Zapatero han conseguido respaldar al Gobierno del PP sin renunciar a sus singularidades individuales. Cabe decir en honor de ambos que Rajoy es el único factor que les une. En el caso del primer presidente socialista, que jamás dio cuartel a UCD ni a los populares durante su carrera política, el súbito apoyo a La Moncloa cursa sin apearse de la condescendencia con la que predica habitualmente a los españoles desde que les supera en patrimonio.

Si la fascinación mantiene su vigor, no puede descartarse que González y Zapatero aparezcan en los vídeos promocionales de una eventual reelección del actual presidente del Gobierno. Pese a que nadie dudaría de la ortodoxia de su fe, no se puede acusar a los líderes socialistas de un dogmatismo que condena a los disidentes a la exclusión. Plantean incluso una generosa redención para Sánchez. Solo tiene que apoyar en todo a Rajoy. Si quiere continuar al frente del PSOE, ha de dejar de ser socialista. Sus predecesores le han enseñado el camino.