La moda talla el cuerpo en poema. No es fácil hacerlo. Su escritura al bies requiere talento, un sentido refinado del gusto, conocimiento de la sencillez y del tejido adecuado, y mano minuciosa para trabajarlo. También es necesario cumplir a la perfección el proceso: escuchar al cuerpo y esbozarle el ajuste del volumen y su caída para poder crear su movimiento. Así lo hace Jesús Segado, el modisto malagueño que teje la belleza de las mujeres en un maniquí Stockman sobre el que suceden las exigencias y la elegancia que ha visualizado antes -en el papel con pespuntes de lápiz- y en el que termina de dibujar encima del tejido los detalles de la serenidad que distingue a sus modelos de calle y a sus ninfas nupciales. Atrevidas, románticas, misceláneas de la naturaleza y de ritmos urbanos suavemente esculpidas, reflejos del estado de ánimo de la sociedad, cristal femenino en blanco, en rosa o en pop limón, desfilando a diario en la vida y, con paso musical acompañándolas en iglesias y en los 300 metros de rojo Valentino de las seis ediciones de La Pasarela Larios Fashion Week. Igual que si fuesen la textura cotidiana de un color en libertad o hadas de Avalón. Morgana, su reina desprestigiada por un sobrevalorado Merlín que contribuyó a que la recordemos como bruja, según la divertida acusación de Segado, fue precisamente el último nombre de su colección del pasado año, y el éxito por el que fue invitado a desfilar, el 21 de enero de este año, día del cumpleaños de su admirado Balenciaga, en la Semana de la Moda de París bajo el paraguas de la cita internacional Caftanos en el hotel Marriott Champs Elysees.

Paris es más que un escaparate. Meca histórica en rivalidad con Milán y Nueva York continúa siendo el paraíso de la alta costura donde cualquier modisto sueña con lanzar la comercialización de su firma. Algo complicado porque exige contar con el apoyo de una industria fuerte que permita materializar los pedidos. A los modistos españoles les hace falta un solvente respaldo económico y de tiendas multimarcas, como ocurre en Francia y en Italia, para afrontar con garantías las peticiones de una potencial clientela que sí paga por la costura artesanal y personalizada. Especialmente ahora cuando el vaticinio de la pretaportización de la alta costura, que hicieron Chanel y Dior, lo han certificado en la recién clausurada Semana de la moda Giorgio Armani y Jean Paul Gaultier con unas colecciones caracterizadas por menos ostentación y más realismo, pero sin perder la calidad del trabajo artesanal de lo bien hecho. El sello de Segado, contario a la teatralización y a la estridencia de tener que recurrir a la desnudez de la mujer. De hecho no le gusta la fisonomía a lo Jessica Rabbit, prefiere en cambio una mujer de formato natural y definida por su carácter que defienda sus vestidos con normalidad, con la sensualidad de la geometría y el lirismo de una actitud que le confiera vida a la prenda. Lo contrario a lo que sucedía en los años 80 con las espectaculares modelos top que al ser tan potentes en belleza uno se fijaba en ellas y se olvidaba de los vestidos.

Me lo cuenta este modisto vocacional que guarda la máquina Sigma de su madre en la entrada de su taller y para el que la boda es el reducto de la costura a medida, como dice Lorenzo Caprile, mientras me explica que la moda es una sucesión de versiones de años anteriores y la búsqueda de una emoción que comunique y fascine. Es fácil entenderlo. Segado es como sus diseños: claro, contundente, sencillo, imaginativo a la hora de vincular trozos de tela con la creación de un color, de buscar apliques, de ejecutar el aplomo de unión de las piezas o el bordado inglés o noruego que trazó en los dibujos que cuelgan, como la textura de una idea, en las paredes de la habitación en la que su mundo se elabora y la tela se convierte en la forma más pura del arte, en palabras de Madeleine Vionnet, la inventora del corte al bies a la que recuerda con admiración y sin dejar de desplegar en aire, divertido de mi curiosidad, los vestidos sobre los que me descubre la diferente tensión entre los hilos que se combinan; cómo se afina el patrón con el que fijar la creación de un movimiento con el que el traje habla solo; las maneras de tramar un encaje de burano o las lentejuelas en los renglones de un tejido, a la vez que con el índice de su mano señala el desenlace de una inspiración como si fuese a deshacerse el volumen de la base de tul o a espantar en vuelo al pájaro bordado en el corazón vestido de novia. Una de sus joyas orlada en la luna del armario donde guarda una colección de sueños de Cenicienta.

Todo empezó con una enfermedad de tiempo y cama. No podía jugar con los demás niños en su incipiente infancia, y al cuidado de su madre Carmen se entretenía viéndola coser, preguntándole acerca de lo que hacía o convirtiendo los tiempos muertos en dibujos de figaras con una promesa confeccionada. También la imitaba al cambiarle a sus los trajes de buzo o de comando por un poncho o un pantalón de cuadros hechos con retales sueltos de su madre. Y al igual que muchos otros creadores tuvo que luchar por su vocación en una familia de hermanos en la que se estudiaba Medicina y Derecho. Desconocía Segado que gracias a Rose Bertin, la modista de María Antonieta, Luis XIV reconoció en 1675 la existencia jurídica de la comunidad de maestros costureros pero no dudó en elegir la moda o nada que lo condujo a la Escuela de Artes, a trabajar en Piedroche diseñando complementos en seda y poco después en Blanco y Negro. No imaginaba entonces que la boda de una amiga le despertaría el deseo de regalarle el vestido con el que iniciaría una de sus especialidades: convertir a mujeres reales en hechizo de un día.

No es extraño que por su éxito y por las décadas de pasión por su trabajo se le haya concedido recientemente el Alfiler de Oro. Un galardón al que rendirá tributo en la próxima Pasarela Larios con una muestra retrospectiva de sus modelos, mientras continúa imaginando sus collages de telas con ideas y sin nombre para la próxima colección, fiel a los principios de su maestro Balenciaga: «Un buen modisto debe ser arquitecto en sus bocetos, escultor en la manera de abordar la forma, pintor para resolver los problemas del color, músico para armonizar los elementos, y filósofo en la mesura». Excelente fórmula de la que Jesús Segado hace gala a diario, dispuesto a romper proponiendo usos diferentes de prendas determinadas para otras exigencias; contemporáneo de la arruga que susurra el cuerpo y la personalidad que expresa su movimiento, y de los bolsillos que definen sus prendas porque ayudan a la mujer a serenar la postura de la belleza calmando en su nido las manos. Sonríen en cada frase sus ojos enmarcados en las gafas amarillas de su nueva colección de Mióptico España y Francia, sobre todo cuando habla con afecto de su amigo Gregorio al que instruye en tendencias y armonía de colores, y al recordar a la Virgen embarazada Nuestra Señora de Vida y Esperanza de la parroquia San Ramón Nonato, esculpida por Raúl Trillo y a la que él vistió de rosa fray Angélico.

Este año a punto estuvo el Premio Princesa de Asturias de reconocer la moda en la figura del maestro decano Elio Berhanyer, defensor de que la misma es arte, cultura y sociología. Viendo a la entrada y a la salida del taller de Jesús Segado la hermosa foto en blanco y negro de sus dedos abrochando la cintura de una novia, es inevitable pensar que la moda es también un sueño hecho a mano.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

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