Viendo las noticias me ha parecido que algunos equipos de fútbol ya están de pretemporada, y me ha embargado un sentimiento de hastío similar al del día de la marmota catalana, porque dar el coñazo como si estuviéramos en otoño es una ofensa al folgar en condiciones, a veranear como Dios manda. Es pensar que volverán a inundarnos de posibles fichajes, lesiones o pachangas amistosas y me entra una mezcla entre angustia insoportable y cansancio mortal. Ni descansar lo dejan a uno. El verano de toda la vida está para la siesta ciclística, refritos de programas playeros, el blanco nuclear de Wimbledon, reposiciones de series olvidadas y presentadoras sustitutas ganándose el pan y el gazpacho, porque no hay nada que alivie tanto la mente como encender la televisión y ver a unas viejas deslenguadas desparramándose por los rompeolas patrios. Para mí que no estoy de vacaciones hasta que no veo una señora que se agarra del brazo de su cuñada para salir del rebalaje mientras grita descojonada buscando a su marido y se acomoda la parte superior de un enorme bikini. Es verlas y orinarme encima estivalmente.

Y es que el inicio del verano lo marcaba antaño la aparición de la canción del verano, valga la redundancia, pero ahora esas canciones son como las colecciones de moda, de entretiempo, de primavera-verano, porque no me dirán que el Despacito no lo llevan escuchando meses, o a lo mejor es que yo soy muy quisquilloso y me parece una eternidad insoportable que bien podríamos equiparar a la muerte a pellizcos. Cuentan en los mentideros musicales que Kiko Rivera anda cabizbajo, y no por el peso de la testa, no sean malpensados, sino por la ausencia de un tema que compita con el de Luis Fonsi para reventar las radiofórmulas electro latinas. De esa que nos hemos librado.

Pero ahora no. Ahora el inicio del verano está difuso, poco delimitado, y eso hace que uno se encuentre perdido en tierra de nadie, como avergonzado por ir en bermudas mientras Puigdemont sigue erre que erre, y la culpa la tienen los cansinos como él, que son tontos y no descansan, son tontos 24 horas, a tiempo completo. Cuando la vereda se acaba el cansino sigue, que eso es muy de tonto del pueblo, lo malo es que luego te lo cuenta noventa veces, así que su pegajosa e insistente actitud hace que parezca que no pase el tiempo, y claro, esta historia de nunca acabar consigue que discutas en un chiringuito del discurso navideño del Rey. Eso no es veraneo.

Muchos son los sesudos estudios que se realizan en las universidades de prestigio sobre la inteligencia emocional y las personas tóxicas, pero hasta ahora no he visto uno que refleje en su muestreo al cansino de turno. Ese personaje te absorbe la energía, te roba la vida poco a poco, y lo que es peor, te envenena el alma. Si alguien ha conseguido glosar la figura del cansino ha sido el gran José Luis García Cossio (Selu), autor de la chirigota Si me pongo pesao me lo dices. En su afán por describir a la perfección los estereotipos del ser humano, el genial autor gaditano dedica unos inolvidables pasodobles a este personaje, así que les recomiendo vivamente que lo busquen por internet y aprendan lo necesario para reconocerlo, evitarlo y, en caso de extrema necesidad, cuando tu tolerancia a la estupidez ha alcanzado un nivel por el que prefieres que alguien se apiade de ti y vierta salfumán en tus tímpanos, masacrarlo. Llega un momento en que o él, o tú.

Deberían existir playas vetadas a los cansinos, y lo digo muy en serio. Prohibido cometas, prohibido jugar a la pelota, prohibido encender fuego y prohibidos los cansinos. Esa sería una playa paradisíaca y no las caribeñas. Si de mí dependiera dotaría de un fusil de pesca submarina a los socorristas para que desde su torreón disparen su arpón contra las rótulas de los cansinos que se colasen en esa reserva natural del esparcimiento humano.

Por estas cosas, y por su propio alivio veraniego, les recomiendo que alejen a los cansinos de su vida. Manténganlos a raya, lejos, cuanto más mejor, y háganme caso, pasen del coñazo independentista de Puigdemont y busquen a la señora mayor del rompeolas. Su merecido descanso, y su salud mental, se lo agradecerán.