Algunos están casi siempre llenos. Cuando el turismo va bien la hostelería también. En sus mesas y en sus barras se habla de lo sinvergüenzas que son todos los políticos, de la precariedad de los salarios (hasta el extremo de que hay criaturas a las que les cuesta más trabajar que lo que ganan por hacerlo), de trienios y quinquenios y otras preocupaciones de los funcionarios de este milenio, de la inconstitucional amnistía fiscal de Montoro, de mujeres, de hombres, de fútbol, por supuesto, de la nata de las playas y de las medusas y de esto y de lo otro. Son establecimientos hosteleros donde se come y se bebe mal, regular y bien y se habla con largueza como se hace en el sur. Todos son clásicos y modernos y muchos el bar de siempre pero con wifi y aire acondicionado. Pero a la hora de pedir la factura de lo que hemos tomado, entiéndaseme, la factura, no simplemente la cuenta, pasa un ángel que congela el ambiente y te apunta con su espada flamígera como si al hacerlo hubieras cometido un pecado.

Cualquier autónomo, lo sea por lógica o a su pesar dependiente y obligado, asume convertirse en una molestia por ejercer su sencillo derecho de pedir factura. Nada de proformas o tickets y recibitos, facturas. Es verdad que ya hay menos tiendas y restaurantes que se niegan a hacértela, o que argumentan que no saben cómo sin el más mínimo pudor y mirándote de manera acusadora como si fueras a montar bronca. Pero aún sigue estando lejos que, de manera tan natural como legal, te salga de la caja registradora el papelito convenientemente numerado donde tan sólo hay que rellenar a boli la línea de puntos con tus datos; o que te tengan fichado, como en las gasolineras, y sólo tengas que escribir tu dni o cif para que te salga la factura ya hecha por la impresora.

El subdesarrollo y las crisis económicas suelen propiciar la picaresca y hacer las cosas en negro para eludir el zarpazo del fisco que, aún lejos de que Hacienda seamos todos porque lo somos más unos que otros y la corrupción nos hace desconfiar de muchos, siempre nos parece más un atraco que una obligación ciudadana, como si no lleváramos ya más años de democracia con luz y taquígrafos que de dictadura nepotista.

Pero arramplar en be con todo lo que se pueda cuando la cosa va bien, a veces con el peregrino argumento de que hay que capitalizarse tras las vacas flacas, aunque en el Turismo o ciertas profesiones liberales no haya muerto una vaca nunca por inanición, no es de recibo.

Como no es de recibo arrinconar al ciudadano que exige sus derechos en un lugar público y con su dinero en la mano. Un ciudadano que, sin ser un santo por el hecho de serlo, ya está bastante ninguneado como cliente por operadoras a distancia y esperas telefónicas en comunicaciones y servicios básicos.

Algunos están casi siempre llenos. No es de recibo. Es de factura.