Estaba tan tranquilo el otro día leyendo a Pérez Estrada cuando por puro gesto mecánico cogí el teléfono y entré en Twitter. Vi lo del desove de las sardinas y los boquerones en las playas de Málaga. Manchas rojas, vertido inofensivo.

Así es la vida, la naturaleza, el planeta: unos leen y otros desovan. Yo siempre he sido más de tener un libro entre las manos que de estar echando huevos o huevas o cómo se llame, por ahí. Claro que tampoco le hago ascos a leer una sardina en espeto o a interpretar el destino, como algunos hacen con los posos del café, mirando los restos de un plato de boquerones. No debe quedar aceite, señal de que no estaban aceitosos. No debe quedar nada, de hecho. Si quedan las colas el comensal igual no era malagueño, dato este que no tiene la menor importancia. De hecho hay malagueños que no cuentan con nuestra estima mientras que sí hay finlandeses que la tienen. También a la inversa. No practicamos nacionalismo alguno, si se excluye el nacionalismo sardinil. Lo cual no incluye pensar que las nuestras son las mejores del mundo pero sí incluye reivindicar que están tan buenas y son tan saludables como las que más. Los sardinistas o sardineros se dividen en tres grupos: los espeteros, que para mí son como dioses, con sus pies manchados de arena, ya insensibles a la quemazón, sus caras curtidas como por siglos de ventarrones, solanas, terral y baños al anochecer con nata o desove. En algunos lugares los atavían con camisas como de marineritos, cuando lo suyo es una camisola hecha jirones.

El segundo grupo es el de los comedores de sardinas, que a su vez tienen muchas subespecies. Por ejemplo, las de los que nunca las comen en casa porque asarlas, cocinarlas, en el hogar supone tener olor a sardinas siete días. U ocho. A esos les gustan muchos las sardinas, pero no tanto como para que los calzoncillos, la mochila del niño, la tele, el sofá, la manta y el perro huelan a sardina, olor que mezclado con el natural del cuerpo y los diversos afeites y perfumes que cada cual usa, dan como resultado un aroma que no haríamos mal en calificar de chotuno. Aquí huele a chotuno, podría exclamar con un punto de ufanía, por ejemplo, un vecino que viniera a pedir celofán.

El tercer grupo de sardineros o sardinistas es el de los que escriben sobre tal pez, no de una manera zoológica, y sí gastronómica. Julio Camba por ejemplo, que las ponderó como nadie, las comió como nadie y ensalzó las de Málaga. No sabemos si antes o después del vino. Era partidario de un vaso de vino por sardina. Está por estudiar el efecto en la prosa (y el estómago) del sujeto que ingiera diez sardinas y diez espetos de vino. Tal vez la regla de oro sea tomar cuatro, que no son pocas pero no es una bestialidad. Conviene que el condumio sea a mediodía y la tarde esté despejada de ocupaciones, dado que hay que dormir veinte minutos por sardina, lo cual da como resultado en este caso una siesta de ochenta minutos. Tras lo cual ya puede uno ponerse a leer. Con vistas al desove y toda la mar enfrente. Tan tranquilo. Como el otro día.