El demonio de Tasmania es un marsupial carnívoro que parece un perro pequeño, fueron los primeros colonizadores europeos en Australia los que le dieron este nombre al inofensivo animal, pero en realidad es una criatura tímida y hoy día en peligro de extinción. No obstante, decir demonio genera cierto rechazo a pesar de que, el de Tasmania, es un animal enternecedor.

Igual ocurre cuando intentamos demonizar algo, lo vendemos desde el prisma negativo sin pararnos a analizar si verdaderamente es demonizable o aceptable. Está ocurriendo en Málaga, no hay que ir más lejos, no se sabe por qué ni por quién pero ahora toca demonizar las viviendas turísticas.

En el centro de la capital el número de viviendas turísticas, esas que sus propietarios deciden rentar al que viene a visitarnos, supera las 1.600. Las viviendas estaban ahí, se habitaban o arrendaban, no es nuevo, sólo que ahora los periodos por los que se alquilan son más cortos y a cambio los propietarios rehabilitan edificios en zonas degradadas.

Se equivocan los que relacionan vivienda turística con un turismo low cost, en Málaga hay hoteles low cost, en pleno centro y nadie los cuestiona. Se equivocan los que, desde el desconocimiento cuestionan que el precio por noche en una vivienda turística es más bajo que en un hotel. Se nota que han viajado poco. El fenómeno del apartamento turístico o vivienda turística hace años que está implantado en Europa donde conviven de forma sostenida hoteles y este nuevo tipo de alojamientos. Son clientes distintos, el usuario de apartamento busca mayor independencia en cuanto a horarios, intimidad o incluso un alojamiento familiar. Aquí se estila mucho eso de en una habitación doble alojarse, además de los papis, los hijos y si se encarta, los sobrinos, el español es así, el europeo no, y de ahí la demanda de un alojamiento para familias.

Vivimos del turismo y no tenemos una oferta hotelera que sea capaz de cubrir la demanda, es una incongruencia. Los hoteles en Málaga no son precisamente baratos. Queremos cerrar las puertas a un mercado cada vez más demandado y que actualmente ofrece 6.000 camas en el centro de Málaga y su entorno. La pregunta es si acabamos con estos alojamientos, vendrían a Málaga esos 6.000 turistas que demandan alquiler vacacional. La respuesta es no. Y ahí el error, la solución no es criminalizar las viviendas vacacionales, no, es avanzar en su regulación, saber donde están, exigir un mínimo de calidad y, sobre todo, aflorarlas, que tributen por los rendimientos que obtengan los propietarios. A partir de ahí cualquier tasa turística o recargo en el IBI sería más de lo mismo, repercutir al visitante un mayor precio por su alojamiento. Una vez más relegamos a un segundo plano lo importante, afianzar un turismo prestado por la conflictividad en países que antes eran su destino, para entretenernos en lo superfluo, rechazar lo que ya es imparable.