No sé si Pablo Iglesias está en sintonía con Maduro, lo desconozco. Igual no es del todo así y se trata simple y candorosamente de la falta de decisión que transmite Podemos cuando tiene que definirse o condenar el continuo atropello de las libertades en Venezuela. El caso es que la indulgencia con el chavismo hace del partido morado un engendro capaz de producir repugnancia en cualquier demócrata con sentido de la decencia. Del mismo modo que se retrata de manera suficientemente mezquina al desmarcarse inicialmente del homenaje al pobre Miguel Ángel Blanco para más tarde apoyarlo insistiendo, eso sí, en que no hay víctimas de primera y de segunda.

Obviamente no las hay, sin embargo en aquel concejal de Ermua vilmente asesinado por los pistoleros etarras los españoles vieron en su día nítidamente reflejado el dolor de todas y cada una de las víctimas del terrorismo. El sentido pésame fue en cieto modo instrumentalizado políticamente, ya lo sabemos, pero casi nadie entonces, apenas unos pocos ahora, tuvieron dudas de quiénes eran los buenos y los malos. En la vida, no se suele ver con tanta claridad esa distinción.

Quiero pensar que Iglesias no admira a Nicolás Maduro. Al menos, no lo dice abiertamente como Putin, que se ha permitido elogiar el coraje del nuevo caudillo bolivariano para mantener la paz y la estabilidad en Venezuela ¿Qué paz y qué estabilidad se preguntarán existe en un país donde el parlamento es asaltado por las brigadas chavistas, y las cárceles siguen llenas de presos políticos opositores al Régimen? Y donde los muertos en protestas rondan ya el centenar.