Cuando le dí mi pésame a su hijo Joaquín le confesé que no sabía nada de la enfermedad de su padre, mi buen amigo y también maestro. Me contestó como su padre lo hubiera hecho: «Casi nadie lo sabía» Me enteré de su fallecimiento hace una semana, al abrir La Opinión de Málaga. Don Joaquín, uno de los mas grandes periodistas de España, ya no estaba con nosotros. Princesa Sánchez, la que fuera una jovencísima y brillante periodista de La Opinión, me ha contado su último encuentro con don Joaquín, también su maestro.

Se jugaba hace escasamente un año el Manu Sarabia Golf Trophy en tierras de Mijas. Princesa cubría ese prestigioso torneo benéfico para Movistar Plus. En el campo, cerca de uno de los hoyos mas complicados se encontró con su antiguo maestro. La bola que jugaba don Joaquín había caído en un lugar imposible, en pleno «rough» y con una abundancia de obstáculos alrededor. Miraba don Joaquín a la bola y parecía que la bola le miraba a él. Como los toros con malas intenciones. No en vano los buenos golfistas siempre saben jugar contra ellos mismos, buscando el fino encaje de sus debilidades y sus aciertos. Seguro que sabía aquello que ya dijo Jean Giradoux: «Un campo de golf es el epítome de todo lo que es transitorio en el universo, un espacio en el que no hay que quedarse, tan solo hay que dejarlo atrás lo antes posible». Don Joaquín hubiera añadido: «Y siempre con dignidad». Gracias por contármelo, Princesa.

Recuerdo una visita del maestro a finales de los años ochenta al augusto Hotel Villa Magna. El que en su sede del número 22 de la Castellana compartía el Olimpo de los grandes hoteles madrileños con el venerable Ritz. Se había enterado don Joaquín de los éxitos en la Villa y Corte de un ilustre paisano suyo, el jefe de cocina, el gran Cristóbal Blanco, también mijeño. Quería darle un abrazo. Me encantó su idea. Siempre que don Joaquín venía al Villa Magna parecía que el hotel ganaba estrellas. Los que trabajábamos allí, entre lo que no había pocos andaluces, se lo agradecíamos. Lo acompañé a las espectaculares cocinas del hotel. Recuerdo que le dijo algo así: «Cristóbal, a lo mejor pierdo el avión. Pero no quiero dejar pasar mas tiempo sin saludarte y sin felicitarte por lo que estás haciendo; por nuestro pueblo y por Málaga. Dios te lo pague, maestro».

Cuando Cristóbal regresó en 1993 a su no siempre clarividente Andalucía, como jefe de cocina de La Cónsula, siempre tuvo el apoyo entusiasmado e incondicional de don Joaquín. Incluso el de Joaquín Marín junior. Con la colaboración de éste dio lugar a una serie de recetas culinarias salidas de La Cónsula en la flamante Opinión de Málaga. Allí estaba la aguja de marear de los futuros tesoros de la espléndida nueva cocina andaluza. Una maravillosa cartografía del paladar que anunciaba caminos que llevarían - a pesar de tirios y troyanos - el nombre y el genio de Andalucía hacia un mundo en el que estuvo demasiado tiempo ausente.

Gracias, don Joaquín. Periodista, navegante y maestro.