Hace muchos años, como en el Pleistoceno, estaba yo echando una cabezada en mi apartamento de soltero, cuando llamaron a la puerta. Fui a abrir y resultó ser una encuestadora a la que invité a pasar. Me dijo que pensaban abrir por la zona un supermercado.

-Pero primero queremos conocer los hábitos de consumo de los vecinos -añadió tomando asiento.

Creo que era la primera vez que escuchaba esa expresión, «hábitos de consumo». Ni siquiera era consciente de poseerlos hasta que la entrevistadora abrió la carpeta y comenzó a hacer sus preguntas. Resultó que, aunque un poco caóticas, yo era víctima de unas rutinas que afectaban a mi manera de gastar el escaso dinero que entraba en mi cuenta cada mes. Alguien quería profundizar en esas rutinas para obtener de ellas unos beneficios económicos. A medida que respondía a la encuestadora, iba observando cómo era mi vida: qué días compraba, qué clase de productos, si me dejaba influir o no por los anuncios de la tele. De súbito, tuve de mí la visión de un robot programado que los jueves hacía esto, los viernes aquello y los domingos lo de más allá.

Me preguntó si estaba casado, es decir, si tenía el hábito de consumir cónyuge, cosa improbable en un apartamento tan pequeño. Le dije que no, claro, que no había adquirido ese hábito y tampoco el de tener hijos. Todo lo que a usted pueda ocurrírsele, figuraba, traducido a un «hábito de consumo», en los papeles de la joven. Cuando llegamos al apartado de los productos culturales, me negué a continuar porque consideré que la lectura no podía calificarse de un «hábito de consumo». Pero la chica me demostró que sí, pues desde el punto de vista de la librería de una gran superficie no era lo mismo que los vecinos de la zona tuvieran el hábito de consumir a Dostoievski que a Corín Tellado, por ejemplo. Entonces se escuchó el canto de un jilguero en la habitación contigua y tuve que confesar que tenía el hábito de consumir pájaros.

Ahora todo lo deducen de nuestras excursiones por internet. Pero lo que yo digo es que los estudios sobre hábitos de consumo nos esclerotizan, obligándonos a consumir siempre lo mismo. Y conviene cambiar de vez en cuando.