El escritor suele saber donde hay una buena historia, aunque luego no sepa contarla. La del coro de Ratisbona, dirigido durante 30 años por Georg Ratzinger, hermano dilecto del actual Papa emérito, lo es. El coro se describe como una verdadera prisión, en la que el orden, incluido desde luego el musical (que rozaba la excelencia absoluta), estaba cimentado en los malos tratos habituales a los niños cantores. ¿Se vería en los maltratos la materia prima del producto elaborado?. En ese clima despótico proliferaban también los abusos sexuales. El hermano de Georg, por su parte, se mostraba implacable en la disciplina del dogma (declinado siempre con excelencia) bajo amenaza del infierno virtual; pero dejémoslo a un lado como un epifenómeno, pues la historia no está ahí. La historia analizaría, literariamente, esa pequeña célula del disciplinado cuerpo alemán, para ver que canta la biopsia.