"Nada se pierde, todo se transforma", dice el uruguayo Jorge Drexler en una de sus canciones, aplicando a la literatura los conocimientos científicos adquiridos durante su carrera de Medicina. Así debería ser€ pero en España, no es. Aquí «nada» se transforma. El informe que acaba de publicar la Fundación Cotec vuelve a dejar a nuestro país en una situación sonrojante, a la cola de Europa en I+D+i. El ratio de gasto se sitúa en el 1,2% del PIB, mientras que en la Unión es ya del 2%. Los niveles de inversión en conocimiento nos hacen retroceder a 2004.

La crisis económica (cuya génesis se situó en los años 2007 y 2008 y tuvo sus efectos más severos en 2011 y 2012) trató de enseñarnos algo, pero aún desconocemos el qué. El debate sobre el célebre «modelo productivo» no fue más que una tormenta de ideas sin consecuencias, mientras cientos de miles de españoles no paraban de engrosar las listas del paro. «Debemos variar nuestra economía para evitar la dependencia del ladrillo», se decía. En estos años, la Unión Europea camina hacia planteamientos donde el conocimiento sea esa piedra angular. El incremento del 25% en las inversiones públicas en I+D+i certifica esa idea. En España, en cambio, hemos retrocedido un 10% durante la recesión.

Claro que las estadísticas son flexibles. Al Gobierno le basta con plantear datos como el alza de las publicaciones científicas, que se han duplicado en la última década. Hecho que no ha impedido que más de 12.000 investigadores hayan hecho las maletas para continuar su camino lejos del territorio que los vio nacer. Dirá el Ministerio que dirige Luis de Guindos que la partida de créditos en innovación sigue creciendo, pero no podrá ocultar que el 40% de ese dinero se queda en el cajón.

La situación es, más que grave, decisiva. Dicen los expertos que en un mundo cada vez más globalizado y en plena transformación digital, el conocimiento será clave. Sobre todo para evitar crisis como la que aún no ha terminado. Y aún así no todo depende del Estado. Las empresas deben poner de su parte en la formación continua de los trabajadores en una España un tanto aperezada, donde además el sistema de financiación de capital riesgo sigue dando pánico. En Europa lo asumen con normalidad. No tienen miedo a la transformación.

Una reciente encuesta revela que incluso los votantes del Partido Popular recriminan de forma rotunda al Gobierno su débil apuesta por la innovación. Entretanto, España no se transforma y, siguiendo la ecuación de Drexler, todo (o mucho) se acabará perdiendo.