Andrés Manuel López Obrador, populista austero y candidato por tercera vez en las presidenciales de México, es para sus partidarios la persona capaz de desplazar al grupo político que domina el país desde 1980. A su juicio habría que volver a «los gobiernos del pueblo para el pueblo» que supuestamente existían antes de 1983 cuando se implantó el modelo neoliberal durante el sexenio de Miguel de la Madrid. López Obrador se refiere con toda probabilidad al cardenismo, su paradigma, pero no fue el movimiento de Lázaro Cárdenas el único exponente de los años que precedieron al liberalismo social y a su estela de corrupción.

La corrupción en México, agravada por las circunstancias y según el momento, ha sido la tónica en sus presidencias imperiales. Siempre, en todas ellas, ha habido insatisfechos con la revolución institucionalizada. Muchos pertenecían a ese batallón de la esperanza frustrada que tan bien retrata el escritor Héctor Aguilar Camín en la novela La guerra de Galio y que empieza a ser reprimido violentamente en 1968 en la matanza de Tlatelolco, durante el mandato de Gustavo Díaz Ordaz, aquel sujeto de los dientes de conejo que quedó inmortalizado carcajeándose rodeado de militarotes tras haber ordenado la represión sangrienta contra los estudiantes. ¿Acaso hay una era política en México a la que de verdad apetezca retrotraerse?

Pero López Obrador, candidato perpetuo de la izquierda que militó en dos partidos hasta fundar el suyo propio, intenta por tercera vez jugar al descontento prometiendo un tiempo pasado mejor, enarbolando un discurso sencillo para un pueblo desmoralizado e insatisfecho. Consiste en «la simple moralidad», el diagnóstico y la falta de soluciones, la promesa del cielo y la tierra, y «una república amorosa» cuajada de viejas utopías que ha puesto en guardia a las élites económicas pero también a la inteligencia del país.

Muchos lo comparan con Bernie Sanders y Jeremy Corbyn, pero tampoco faltan detractores que ven en su mensaje un paralelismo con el de Donald Trump, por la simpleza de las propuestas. No vale que López Obrador haya sido el primero en distanciarse, si bien de manera demagógica, de la política discriminatoria contra México del presidente de Estados Unidos. Ven en el candidato repetidor un peligroso populista que no respeta las normas democráticas: se ha negado dos veces a aceptar las derrotas de las elecciones generales, alegando fraude y compra de votos en masa. Desde la victoria de Trump en noviembre, a López Obrador y a Morena le sonríen las encuestas.

Es autor de un libro que se titula 2018 la Salida (Decadencia y renacimiento de México), donde describe los males del país que nadie se atrevería a poner en duda y exhibe para atajarlos pequeñas reformas y «la simple moralidad» como munición utópica. Predica que los problemas de México se acabarán sólo con que lo elijan los mexicanos para pasar seis años en la residencia oficial de Los Pinos.

La experiencia de López Obrador como gobernante es la de Ciudad de México, entre 2000 y 2005. Dirigió una administración populista que congeló el precio de los billetes del metro, proporcionó estipendios a los mayores y a las madres solteras, construyó autopistas elevadas y se asoció con el multimillonario Carlos Slim para restaurar el centro histórico.