Estos últimos días se han producido acontecimientos que muestran que la democracia y los valores que la sustentan están en retroceso en algunos países importantes y esto es una mala noticia para el mundo. Porque democracia no es solo votar sino también separación entre poderes independientes entre sí, controles, y libertades irrenunciables como son las de expresión y reunión. Todo esto se está poniendo en duda en un mundo que ha dejado de definirse en términos de derechas e izquierdas (estas últimas en busca de su identidad perdida) sino en términos de internacionalistas globalizadores y de nacionalistas casticistas, entre quiénes quieren sociedades abiertas y cosmopolitas y los que defienden un ayer idealizado y protegido por muros. El mismo esperpento catalanista tiene mucho que ver con ésto.

Me refiero específicamente a tres gobernantes que han llegado al poder por la vía democrática, que se llenan la boca afirmando que defienden la democracia y que violan su esencia con los resortes del poder adquirido gracias a las urnas: el turco Tayyip Recep Erdogan, el venezolano Nicolás Maduro y la polaca Beata Szydlo.

Erdogan lleva en el poder desde 2003 y durante sus primeros años contuvo a los militares y desarrolló económicamente el país hasta que se emborrachó de poder. Entonces, las acusaciones de corrupción por parte de su antiguo aliado Fetulah Gulen les enemistaron y condujeron a un fallido golpe de estado que se saldó el año pasado con 200 muertos, 40.000 detenidos y 130.000 personas arbitrariamente expulsadas de su trabajo, como jueces, militares y maestros. De esta forma, el verdadero golpe de estado ha sido el contragolpe de Erdogan que luego ganó por los pelos un referéndum (16 de abril) para reformar la Constitución y reforzar su poder presidencial en perjuicio de la independencia judicial y con la sumisión del legislativo. Turquía camina por la senda del autoritarismo y la islamización de un país que Ataturk había hecho laico y con ello ha dividido a los turcos en dos campos de tamaño parecido y cada vez más polarizados. El futuro de Turquía es preocupante, no es el que yo desearía para mis hijos, a la vez que se aleja cada vez más de la Unión Europea. Con el agravante de que o se trata de un país cualquiera sino de un miembro de la OTAN, cuya contribución es necesaria para acabar con la guerra de Siria y para controlar el flujo de refugiados.

Venezuela en otro esperpento que haría palidecer de envidia al mismo don Ramón del Valle-Inclán. La incompetencia del «socialismo bolivariano» ha logrado hacer pasar hambre y carecer de medicinas a un país que nada en petróleo. Nicolás Maduro, un conductor de autobuses que llegó a la presidencia digitalizado por Chávez y luego refrendado en las urnas, simplemente ha perdido el norte y anda dando tumbos que pagan sus compatriotas. Imbuido de un sentido mesiánico e incapaz de reconocer errores y de rectificar (la inflación es de 700%) ha convocado hoy a las urnas a los venezolanos para elegir a una Asamblea Nacional Constituyente, un engendro con el que marginar al parlamento democráticamente elegido, que domina la oposición, y hacerse con otro domesticado y a su servicio. En protesta, la oposición ha convocado una huelga general que tiene al país paralizado desde hace días. Venezuela está en una situación dramática por culpa de Maduro y de sus secuaces, que no saben qué hacer para resolver los problemas que han creado. Se trata de una emergencia nacional que tiene a la ciudadanía dividida y que hay que enfrentar con las cuatro condiciones que ya indicó el Vaticano el pasado invierno: abrir canales humanitarios, liberar a los presos políticos, respetar las competencias del legislativo y convocar elecciones. Para ello Maduro debe negociar con la oposición, dejar de encarcelar a conciudadanos y dejar de matar a manifestantes.

El tercer caso lo tenemos más cerca, en Polonia y en Hungría, dos socios dentro de la Unión Europea que han salido hace muy poco de la órbita soviética y que están mostrando dificultades para asumir los valores que rigen nuestra convivencia. Empezó Víktor Orban en Hungría rechazando aceptar cuotas de refugiados (aunque es verdad que otros parecemos haberlas aceptado solo de boquilla), controlando a la prensa crítica y censurando la libertad universitaria, y su antorcha la ha recogido luego la primera ministra polaca, Beata Szydlo, y su partido de corte muy nacionalista Ley y Justicia (PiS) que ahora pretende reformar el Tribunal Supremo para controlarlo, igual que antes tomó otras medidas para controlar el Tribunal Constitucional y los medios de comunicación. La Comisión Europea, alarmada por esta deriva autoritaria, ha amenazado con aplicar el artículo 7 de los tratados europeos para suspender a Polonia del derecho de voto y ello ha animado al presidente húngaro a salir en tromba afirmando que está dispuesto a defender a Polonia de la «inquisición» de Bruselas con todos los medios a su alcance. Las masivas manifestaciones de protesta contra el gobierno que se han celebrado en las principales ciudades polacas como Varsovia, Cracovia, Wroclaw y Gdansk y las críticas de los EE UU de su admirado Donald Trump han forzado al presidente Duda (también del PiS) a no refrendar por ahora las medidas propuestas por su propio gobierno. Pero las espadas están en alto y Polonia y Hungría (y quizás algún otro socio) están en una deriva iliberal y antidemocrática en el mismo corazón de Europa que no augura nada bueno. Porque la democracia es imperfecta pero es mejor que las demás opciones.