Lo que ocurre en Estados Unidos en torno al llamado Obamacare no puede sino causar estupor en Europa, al menos en aquellos países donde existe una cobertura sanitaria universal, aunque cada vez por cierto más sometida a recortes. La feroz batalla que protagonizan ahora demócratas y republicanos en el Congreso norteamericano, enfrentados por el programa sanitario del ex presidente Barack Obama, no es, sin embargo, algo de hoy, ni de los últimos siete años, sino que dura ya más de un siglo. Y, aunque hayan cambiado los términos del debate, en ese país donde el dinero lo es todo se han dedicado miles de millones a justificar una seguridad social para todos o, por el contrario, a combatirla. Ya en 1910, es decir antes de la Primera Guerra Mundial, comenzaron algunas fuerzas liberales en EEUU a plantear la necesidad de introducir un seguro frente a la enfermedad para la masa trabajadora.

Vivía entonces el país una fase de prosperidad y optimismo, y algunos políticos se fijaron en el ejemplo de Alemania, un país que, con Otto von Bismarck como canciller, introdujo a partir de 1881 una serie de leyes para la protección de los trabajadores en caso de enfermedad, invalidez o accidente. Se trataba para el llamado canciller de Hierro de contrarrestar con esa y otras medidas sociales la creciente influencia del Partido Socialdemócrata alemán. Como explica la historiadora estadounidense y colaboradora de la revista New Yorker Jill Lepore, tabién en Estados Unidos, la idea de un seguro médico comenzó a cobrar impulso en 1916. En el Parlamento de California se discutió la posibilidad de introducir un seguro médico para los trabajadores de la industria, pero Estados Unidos entró entonces en la Primera Guerra Mundial. Y de pronto los críticos encontraron un nuevo argumento para combatir aquella idea: tenía un tufillo «demasiado alemán», con lo que terminó desechándose. Sólo años más tarde, tras la Segunda Guerra Mundial volvió a recogerla el presidente demócrata Harry Truman, quien abogó por una reforma sanitaria y propuso un seguro médico para todos.

Sus numerosos detractores no siguieron tachándole ya de detestable idea alemana, sino que ahora la combatieron calificándola despectivamente de medicina socialista y de un ataque intolerable a la libertad del individuo. Durante la Segunda Guerra Mundial y sin que se tuviesen en cuenta para nada empresas tan exitosas como el Servicio Nacional de Salud británico, los detractores de la seguridad social para todos recurrieron al argumento de que era un invento de los soviéticos. «Así es que por miedo a Alemania en un primer momento y a los comunistas más tarde, la retórica fue siempre la misma y es la que se utiliza todavía hoy», afirma Lepore.

A quienes proponen la seguridad social obligatoria se los considera enemigos de la libertad individual, valor sacrosanto de un país donde el «colectivismo» deja siempre, como el diablo, un fuerte olor a azufre. Y en eso están todavía en Estados Unidos, donde se ha impuesto una especie de darwinismo social que todo lo basa en el libre mercado sin que hasta el momento haya sido posible convencer a la mayoría de las ventajas de un seguro de enfermedad que no deje a nadie en la cuneta.