Ayer entrevistaron en la radio a Doña Mari Paz García Rubio, catedrática de Derecho Civil en la Universidad de Santiago de Compostela, a cuenta de Juana Rivas, la madre granadina que se niega a entregar a sus hijos al padre en contra de lo ordenado por un tribunal, y debo decir que dicha jurista me encantó porque antes de contestar las preguntas se preocupó de puntualizar que no conocía los expedientes judiciales y que por tanto sólo podría dar su opinión genérica desde un punto de vista técnico. Eso, señoras y señores, es una rara avis digna de admiración en los tiempos que corren.

Nos hemos acostumbrado a que abogados, fiscales y jueces opinen en los medios sobre causas que no son suyas, sentando cátedra desde la impunidad de un micrófono y la excusa de que el papel lo aguanta todo, pero eso es una soberbia temeridad, por no decir una bufonada de circo barato y mezquino. Entiendo que viste mucho adornar una mesa de tertulianos con un jurista mediático que se preste a ese juego para que, desde su presunta profesionalidad, esboce una opinión para aclarar algunos aspectos que se puedan escapar al profano en la materia. Eso no sólo es aceptable, sino incluso necesario, pero de ahí a criticar instrucciones, estrategias de defensa o resoluciones judiciales hay un trecho insalvable de estulticia digna del más osado. Me pregunto si tan buenos juristas son, qué hacen que no están en sus despachos o en sala, ganando complicadísimos pleitos en vez de estar pavoneándose cansinamente por los platós y las emisoras. Esa mezcla entre afán de protagonismo y onanismo procesal para captar clientes me chirría, me huele a rancio, y lo que es peor, me parece detestable para el bien de la justicia. Por eso, repito, me encantó la honestidad y la claridad de la señora García Rubio.

Si la justicia ya de por sí es el pim pam pum de aquellos que juegan con el Estado de Derecho y la separación de poderes, flaco favor le hacen los que la nutren si la malvenden por un minuto de gloria en el que iluminarnos a todos con su erudito eructo jurídico. La palma de estas labores se la lleva un tal Joaquim Bosch, a la sazón magistrado portavoz de la asociación Jueces para la Democracia, que ahora se llama Juezas y Jueces para la Democracia. Que digo yo, que ya puestos a ser súper progres y súper osea, pues podrían haber hecho la gracia completa y rebautizarse como Juezas y Jueces para la Democracia y el Democracio, pero eso será asunto a tratar en otro artículo. Bueno, pues resulta que el magistrado Bosch sabe de todo, incluso se ve que le sobra el tiempo y carga de trabajo para sacar adelante sus obligaciones y además, pásmense, instruirse de las causas de los demás para opinar con conocimiento de causa sobre las mismas independientemente de la fase procesal en que se encuentren. Lo mismo te habla de los motivos del suicidio de Blesa, que te critica la declaración de Cristiano Ronaldo ante la jueza instructora, que te da su parecer sobre el trato a Rajoy como testigo, que te habla de cómo se abordaría el caso Gürtel en otros países, que te despierta muertos de la guerra civil. Es un crack este hombre, pues como digo, genera opinión pública abusando de su vitola y sus puñetas, como si su palabra fuera ley, cuando no es más que la sesgada opinión de un juez que habla sobre asuntos de los que él no entiende.

A mí, jueces como ese me dan miedo, y ojalá nunca me lo cruce en mi camino profesional, lo digo muy en serio. Esos juristas que anteponen su criterio al respeto objetivo por el trabajo de los demás sin conocer la causa a fondo no me dan muy buena espina, como que no los veo muy centrados e independientes.

Seguramente no volverán a llamar a la catedrática gallega porque no dio titulares, ni sembró cizaña, ni escandalizó con alguna afirmación extemporánea sobre la causa, y eso no vende, no atrae audiencia, pero por lo que a mí respecta prefiero un minuto de la señora García Rubio antes que una hora de juristas bocachanclas, de Bosch y de todos los que lo sujetan.