Lo único que le faltaba al mundo para terminar de joderse es que se convirtiera en peligroso hacer turismo. Lo único que nos faltaba es que nuestra integridad física estuviese en peligro por cometer la arriesgada osadía, propia de insensatos, de viajar a un país europeo y civilizado. O sea, por querer pasar un fin de semana viendo museos en Málaga; o un puente en San Sebastián mirando la Concha o unas jornadas en Barcelona o La Toja olvidándonos del tiempo y los problemas.

Grupillos por ahora minoritarios, radicales, vascos y catalanes, han organizado espectáculos agresivos contra turistas. Los abertzales extremos ya tienen nueva causa. O a lo mejor es la misma, dado que estar contra el hecho de que venga gente de fuera, llevado al extremo, es una forma más de racismo, que eso y no otra cosa era el nacionalismo violento-furibundo: una reacción contra el de fuera, el que no piensa igual. No hablamos, claro, del pobre vecino de un centro histórico saturado de imberbes borrachos sin camiseta metiendo berridos. Eso hay que regularlo. Falta que los ayuntamientos tengan un buen modelo de ciudad y establezcan ratios de apartamentos turísticos, bares de copas, etc. Aunque claro, es muy gracioso ver a liberales que lo son para lo que les conviene. O sea, libertad de iniciativa, de empresa, libertad económica pero no para tal o cual. Todo esto recuerda mucho a esa gente que cuando va en su automóvil se enfurece con los peatones pero que cuando cruza como peatón un paso de cebra se enfurece con los automovilistas. Todos somos peatones y conductores. Quiero decir, todos somos turistas. El otro día afirmaba un diario vasco en su editorial, con gran razón, que el debate sobre el turismo ha de tener muy en cuenta que «los vascos en algunos destinos también somos hordas», o sea, contingente muy numeroso. También está la libertad de no ir a los sitios. Nadie te obliga a ir en agosto a Venecia, donde la única magia que tiene la ciudad es encontrar una calle donde no huela a agua hedionda de canal, sudor de turista, sandwich de plástico y cafés a siete euros. Hijo, vete en noviembre que te va a entrar un bucolismo y un romanticismo inolvidable que a lo mejor te enamoras de un gondolero o gondolera y se te quitan las penas y esas ganas de arrearles a los turistas cuando van a tu ciudad. Los destinos turísticos también se ponen de moda (joder, ahora todo el mundo se va a Polonia), así que seguro que determinados lugares se van a regular solos, esto es, va a dejar de ir gente si se va pregonando por el entero mundo que no cabe ni un alfiler. Sensatez. En no pocas provincias el peso del turismo en el PIB es altísimo. A veces parece que el raciocinio y la tolerancia no hacen turismo. A algunos no van a verlos, no saben lo que son esos conceptos. Buen viaje.