Voy a escribir la primera oración de esta columna sin plantearme siquiera si su contenido es políticamente correcto o no. La teclearé antes de pararme a pensar sobre lo propio o impropio, lo acertado o lo desacertado, que ciertos colectivos o personas individuales puedan prejuzgar en ella. La mujer de raza negra es portadora de una belleza eterna que sobrepasa con creces todos los límites de cualquier canon. Y no me refiero sólo a los rasgos físicos, que también, sino a su pleno conjunto, a su historia, a su simbología, a su eterna lucha. Una batalla en la que la discriminación por ser mujer se ha visto acrecentada por la marginación racial. Esto es así, le pese a quien le pese. No hay oscuridad mayor que la que aflora cuando cerramos los ojos. Y si ha habido países y épocas, en España sin ir más lejos, donde la mujer no era nada por el simple hecho de serlo, imagínense si, además, era negra. La mujer negra atesora en su mirada la profundidad del abismo más insondable que podamos encontrar en la Creación. Sus líneas, su anatomía, su figura y la divinidad de sus rasgos faciales han protagonizado y traspasado, sin duda alguna, el arte africano a lo largo de los siglos. Y como tal protagonista, ha sido engalanada con los vivos colores de los atuendos tribales, a través de la música y la danza y, por supuesto, como madre y esposa. Desde luego, el arte, en este contexto, hace justicia porque se configura como un fiel testigo histórico para denunciar que, a pesar de la sublimidad de sus musas, la representación de la mujer africana nunca va más allá de la inmersión de la misma en un contexto cultural de fertilidad, maternidad, crianza, trabajo agrario y sumisión al hombre. Sin embargo, como dice Drexler, uno quiere pensar que no todo está perdido. La mujer también se alza frente a la historia buscando su justo lugar, desde su propia fuerza, que es mayor que cualquier otra que podamos hallar en la naturaleza, y va rompiendo las cadenas por razón de sexo y también las raciales. Y así, daba gusto escuchar hace un año a la escritora de origen nigeriano Chimamanda Ngozi Adichie, que denunciaba desde los mismísimos Estados Unidos de América el sexismo de la campaña presidencial de Trump. La misma sensación sentí cuando entró en casa la novela Lejos de Ghana, de Taiye Selasi, escritora de origen ghanés y nigeriano afincada en Roma. Así se cierra el círculo y a ello hemos de aspirar. A que la mujer negra no sólo sea musa incuestionable del cosmos y del origen, no sólo madre, esposa y campesina, sino también una persona individual que pueda elegir no ser lo anterior, y que se eleve en su legítimo desarrollo personal, vital, laboral y de libertad con un grito claro y nítido que haga retumbar cada uno de los sillones de cuero que rigen los países más poderosos de la tierra. Pero aún queda mucho por hacer. El mundo ha cambiado pero la esclavitud, no les quepa duda, persiste. Porque ahí está Nigeria, que víctima de los ataques de Boko Haram subsiste en la desolación que provoca la desnutrición infantil, la huida de refugiados hacia Camerún, Chad y Níger y los reiterados secuestros multitudinarios de niños y mujeres que sirven de esclavos o de moneda de cambio. No crean que queda lejos. Con fundamento y origen en ese contexto se desarticula recientemente en Málaga una red de trata de mujeres nigerianas que, bajo las falsas esperanzas de la tierra prometida, eran traídas a España y obligadas a prostituirse hasta saldar una deuda insaldable. Retenidas, indocumentadas y presionadas bajo ritos de vudú a los fines de doblegar su voluntad bajo el terror de sus propias creencias autóctonas. Menores que campaban por el polígono del Guadalhorce a fin de que sus cuerpos fueran explotados por la red esclavista y por todo aquel que la ampara, alimenta y sostiene. Mujeres, todas ellas, que son nuestras madres, nuestras hijas, nuestras hermanas y nuestras amigas. Un drama que también, como ven, desembarca en nuestra tierra como la más aberrante perversión contra la criatura más bonita que camina por el mundo. Porque la belleza, que lo sepan ustedes, es una mujer. Una mujer negra.