Cuando alguien dice o hace algo que consideramos que es erróneo, absurdo o ilógico solemos decir que ha dicho o hecho un disparate. Hasta ahora la mayoría de esos disparates que se han publicado lo han sido de alumnos que, con nulos conocimientos, tenían la osadía de soltar la burrada antes de dejar un examen en blanco. Al fin y al cabo podríamos decir en su descargo que aún estaban en periodo de formación y que un mal día lo tiene cualquiera.

El problema se tercia mayor cuando un mal día se convierte en una sucesión de malos días y no por cualquiera, sino por aquellos a los que su propio disparate perjudica, dejando de ser la burrada del momento esa atenuante para convertirse en agravante, sin que el burro, y nos referimos ahora al dócil equino, merezca ser comparado con las ocurrencias de aquellos que aspiran a serlo.

Y casi están muy cerca de recibir tan noble nombramiento aquellos que pretenden matar la gallina de los huevos de oro, aquellos que se instalan en la turismofobia, que empieza a asomar tímidamente en nuestra ciudad.

Y hay que ser burros, con respeto al otro burro, pretender incomodar, echar o acabar con la mayor industria que tenemos, no debemos olvidar que la industria turística representa el 13% del PIB de nuestra región, algo a lo que no habría que hacerle ningún asco, so pena que aquellos que lo rechazan tengan alguna fórmula alternativa que mantenga el empleo y la riqueza, cosa harto dudosa visto el rebuznar de sus planteamientos.

No deja de ser kafkiano que se abra el debate de rechazo al turista mientras se protege a la libélula del futuro parque del Arraijanal, o al menos esa es la excusa autonómica, que vieron algunas revolotear en la primavera de 2015, para no ampliar o duplicar el encauzamiento de un canal de desagüe que atraviesa el futuro parque y así evitar el riesgo de inundación de 500 años que impone la administración autonómica. Ampliar el canal de desagüe permitiría, una vez descartado el riesgo de inundación los próximos 500 años, la viabilidad de proyectos comerciales y empresariales previstos en la zona. Pero no, aquí hay que proteger a esa libélula que alguien dice que vio en la primavera de 2015, y de las que, al parecer, quedan muy pocas, quizás porque se vieron pocas, o porque no han vuelto a verse.

La antología del disparate malagueño sumaría más volúmenes que la enciclopedia Espasa, aunque nada tendría que ver la fácil comprensión de aquella y lo difícil que resultaría explicar eso de matar la gallina de los huevos de oro y usar la libélula como justificación para no acometer el proyecto de parque metropolitano que Málaga necesita.