Va uno al aeropuerto con una mezcla de gozo y temor. Trufado con incertidumbre. Está la perspectiva del viaje, la posibilidad cierta de desconectar, de conocer otros paisajes. Pero está también el temor al control de pasajeros. Que se está convirtiendo en algo parecido a esas discotecas en las que en la puerta arbitrariamente te pueden dejar pasar o negarte el paso. No es ya llevar líquidos o sustancias prohibidas. Es que a lo mejor hay huelga y el señor que tiene que registrarte los sobacos no tiene ganas de trabajar. De trabajar a buen ritmo.

Uno entiende sus reivindicaciones y las apoya. Uno está del lado del currela y no de la empresa, casi por sistema. Pero uno también está en el bando de los que aman que no te toquen las narices más de lo necesario. Ahora que las colas estaban siendo algo más relajadas y los controles más ágiles, ahora que no había que irse tres horas antes al aeródromo, ahora, en pleno agosto, está el peligro de una huelga aquí u otra acuyá como si esto fuera un país bananero que no da bananas. Lo único que se cuela por el arco de seguridad sin ningún problema es la demagogia. Uno es paciente y hasta borrego y dócil. Si a uno le dicen espere ahí uno espera ahí. Todo con tal de alcanzar la puerta del avión y perder la rutina de vista. Pero en este conflicto, como en todos, tampoco iría mal si el buenismo se apartara. No es uno militante de la escuela filosófica de liarla parda, ni mucho menos de los altercados. Pero no pasa nada por ponerle la cara colorada a quien nos jode la vida.

Esto no es un artículo contra quienes hacen huelga, reiteramos, es un artículo contra todos esos azares de la vida que se conjuran para fastidiar a la mayoría en el peor momento posible. Lleve poco equipaje. No tenga mirada desafiante. Vaya con tiempo. Amenícese la cola repasando la lista de la compra o de los reyes magos o de los ganadores de Eurovisión. Conciénciese de que su premio es volar.

Piense que a lo mejor llegar antes a la sala de embarque es esperar pero en otro sitio. O no piense nada. Mejor, elucubre con la posibilidad de que en su aeropuerto no va a haber incidentes o que la huelga o no huelga se va a arreglar en breve. Hoy es domingo. Escribimos estas líneas en la noche del viernes. A lo mejor este artículo ha perdido su vigencia, como la ha perdido la poesía social o el galdosianismo o los cócteles de gambas como entrante gastronómico, para cuando se publique. Sería señal de que todo se ha arreglado. Tenga buen viaje en cualquier caso. Seguro que tiene uno a la vista. Si no físico, sí imaginario. Esos son los mejores. Nos movemos libremente y nuestro destino puede ser real o un poema, una playa lunar, un ser amado, un sublime vino o un país donde no se envejece. Tal vez la inopia. Uno va al aeropuerto con una mezcla de gozo y temor...