Nadie recuerda el nombre de los magistrados del Supremo que condenaron a su colega Baltasar Garzón. Una sentencia discutible no logra desdibujar una personalidad histórica de la dimensión del juez que combatió con idéntica eficacia a ETA y al Gal. Tampoco parece que fuera muy desencaminado sobre el alcance de la Gürtel. Desde su casilla funcionarial, ha logrado que dos presidentes del Gobierno se hayan visto obligados a rendir cuentas, en sendos juicios penales sobre los casos de corrupción más graves de sus partidos respectivos.

El médico Gaspar Llamazares acostumbra a mostrar un dominio notable de su asignatura política. Informado y certero, tal vez auxiliado por la vocación minoritaria, ha contemplado como la lucidez de sus análisis iba acompañada por la deserción simultánea de sus votantes. Se contagió de la desconcertante esterilidad de Izquierda Unida, que no funciona en solitario ni como escabel de Podemos. Los antiguos comunistas no congregan ni la animosidad de los adversarios ni la simpatía de los próximos.

Al magistrado con condena por prevaricación se le sigue llamando el juez Garzón. Sin embargo, ha estado a punto de entregar el apellido a manos de Alberto Garzón, casualmente figura en auge de la IU que irrita de modo creciente a un Llamazares que ha dictado su parte de defunción. El linaje compartido no ha supuesto un obstáculo, para que el todavía diputado en las filas de la izquierda radical se sume al antiguo instructor de la Audiencia Nacional, en la formación Actúa. Los dos veteranos toman partido, bajo una denominación sin connotaciones ideológicas que traduce el ´Do it´ de Nike y que también evoca los efectos beneficiosos de una marca de yogures.

Un votante de izquierdas percibiría la sintonía entre las declaraciones de Garzón y Llamazares. Esta familiaridad resulta provechosa. Sin embargo, los partidos fundados sobre personalidades muy características deben superar la prueba de las sucesivas incorporaciones. Nada que oponer a la coherencia con la alineación en el número tres de Martín Pallín, pese a la ironía de que se trate de un magistrado emérito de la sala de lo Penal del Supremo. Solo posee el inconveniente de no llamarse Melchor, al asociarse a un Gaspar y un Baltasar.

La multiplicación de pronunciamientos a la izquierda, frente al silencio absoluto de la derecha, puede interpretarse como un saludable símbolo de efervescencia. Sin embargo, la proliferación selvática también oculta que el partido que capitanea a las fuerzas progresistas sostiene artificialmente a Rajoy, que esta semana ha vuelto a comprometerse con toda solemnidad a que no piensa hacer nada. En Cataluña, o donde su pasividad sea imprescindible.

En recompensa a su trayectoria, Garzón y Llamazares son dos prejubilados que deberían tener un asiento en cualquier institución senatorial de la izquierda. Sin embargo, un encomio de sus personas debe contemplar la cautela de que la excelencia no es una virtud política. Si la experiencia española sirve de algo, los presidentes del Gobierno han de ser terrenales y tiznados de vulgaridad.

La oferta previa en los anaqueles de la izquierda parecía suficiente antes del amanecer de Actúa. La principal carencia de Podemos consiste precisamente en no haber incorporado a figuras del temple de Llamazares o Garzón. La impermeabilidad puede deberse al maximalismo de Pablo Iglesias, que tiende a situarse en el origen del universo. Tampoco cabe descartar el reproche implícito por parte de los antiguos combatientes, desbordados ante la energía de quienes coronaron metas que fueron vedadas a sus mayores.

? Los fundadores de Actúa hablan de 2018 y 2019 como si el presente no existiera. El partido más reciente integra a los componentes de mayor edad, que además calculan su estrategia con la tranquilidad de quien dispone de todo el tiempo del mundo. El votante ha demostrado con constancia que no respeta las trayectorias ni los currículos. González y Aznar no arrastran un solo voto, salvo que se hable de arrastrarlos hacia el abismo.

El concepto de la actualidad perpetua no es una prerrogativa de la prensa, sino un dominio de la política transferido a los medios. Actúa empieza de cero. Deberá empezar por demostrar que no pretende tan solo colmar la hiperactividad de Garzón. O saciar la sed estructural de un Llamazares embarcado con distinto grado de compromiso simultáneo en IU, Unidos Podemos, Izquierda Abierta y ahora Actúa. Ninguno de estos luchadores merece acabar como una serpiente de verano.