La luz del verano nos energiza a todos. Y a no pocos nos vela el sentido común. Y, claro, entre que el menos común de todos los sentidos queda velado por el sol, que la energía del astro rey da pie al discurso envalentonado y que la inmortalización del reportero gráfico que los luce bronceaditos, alejados de la tensión y humanizados, los acerca al votante, según los expertos, algunos representantes de la tribu política se dislocan y terminan demostrando mal tino, peor perspectiva y nula habilidad para aprovechar un momento que les permitiría no ocultar una parte de la realidad, de manera constructiva. Porque, la verdad, ignaros, lo que se dice ignaros, no me atrevo a pensar que sean. Jo, Dios nos libre...

El mantra «en España no sobran turistas», hoy de moda en las tres cuartas partes del universo de los profesionales de la política patria, es un mantra mal enunciado que debemos erradicar con urgencia, porque, independientemente de la negación que incluye, la simple enunciación de la oración contradice la proverbial hospitalidad que nos distingue. En España lo que no sobra es la oferta turística bien parida y bien gestionada, y lo que sobra es la oferta turística mal parida y, por ende, imposible de gestionar como generador de riqueza sostenible.

La bondad o maldad del parto a la que me refiero en el anterior párrafo no reside en las calidades de construcción o en la belleza estética de la oferta, por ejemplo, sino en que la oferta responda, o no, a dos premisas: una, los parámetros exigidos por la capacidad de carga turística sostenible del lugar en el que cada oferta se ubique y, dos, las oportunidades sostenibles de mercado que la propia naturaleza de la oferta garantice. Así de fácil. Así de simple. Obviamente, desde esta perspectiva, ni una ni otra cosa tienen nada que ver con los individuos de carne y hueso cuya actividad transitoria los incluye en el universo de los turistas que sobran o no sobran en determinados periodos del año. Nótese que si el mismo turista es bienvenido en un determinado periodo y proscrito en otro, es evidente que el asunto no va con el turista, pobre criaturita, sino que el asunto va con otros... Con nosotros, precisamente, que so pretexto de profesionalizar la hospitalidad hemos contribuido a desbaratar algunas garantías de futuro.

El turista, sus efectos, por más que nos empeñemos los más torpes, no pasa de ser un síntoma. La causa, es decir, el meollo del asunto que posibilita, compensa, equilibra, masifica o desborda el escenario, es la oferta. La oferta, en entornos bendecidos por la naturaleza, como son los destinos turísticos españoles, tanto puede ser premio como castigo. Solo depende de la mano del hombre y de la habilidad o torpeza con las que el ser más inteligente del planeta interprete las capacidades de carga de cada destino, como cosa opuesta a la urgencia puntual. Por cierto, ¿hemos medido la capacidad de carga de las submarcas que hacen posible la marca Andalucía y la marca Costa del Sol? ¿Y la de Andalucía y la de la Costa del sol, en tanto que clubes de marcas? No, aunque parezcan iguales, ambas preguntas tienen respuestas de distinto calado científico.

Me exaspera el discurso huidizo y disfrazado de autocomplacencia con el que magnificamos nuestra mayoría de edad, nuestra excelencia experta y nuestra sabiduría turística, mientras, con espíritu manifiestamente evasivo, le damos largas a la responsabilidad histórica de regular por Ley un modelo cuya mismidad turística permita el mejor desarrollo de nuestros destinos, en base a la sostenibilidad económica, social y medioambiental derivada de una gobernanza que garantice su posición de liderazgo sin mermas.

Sería razonable que nos dejáramos de gaitas, de monsergas y de entelequias anfibológicas. En España no sobra oferta, pero en algunos destinos turísticos españoles, sí. En Andalucía y en la Costa del Sol tampoco sobra oferta, pero en algunos rincones de Andalucía y de la Costa del Sol, sí.

Nunca es tarde y sería preferible acometerlo nosotros ordenadamente, antes de que el mercado lo haga por nosotros indiscriminadamente. Sí o sí, estamos obligados a asumir el hecho irrefutable de que ni en España, ni en Andalucía, ni en la Costa del Sol, como destinos turísticos, tenemos bula divina para crecer en oferta hasta el infinito sin morir en el intento. En nuestras manos está.