Sigue siendo agosto. Aún estamos de Feria (por ejemplo, en Málaga) y ya nos ha tocado. Unos mierdas nos han matado y herido a vecinos y visitantes en Barcelona y Cambrils. Uno de esos presuntos asesinos iluminados y faltos de empatía es un chaval todavía. Siempre es fácil hablar de Trump o del FMI o de Venezuela o del Club Bilderberg o de Putin o de dietas milagro o de las novias de las estrellas del fútbol -que curiosamente siempre son modelos-. Más difícil es enfrentarse al análisis de lo que ocurre en tu casa. Y ese análisis, aún a riesgo para colmo de ser desacertado, puede no gustar nada al vecino que te alquila el garaje o a la señora de enfrente que se queda con tu llave cuando te vas de vacaciones. Por supuesto, es una doméstica metáfora de lo que supone firmar un artículo cuando lo que se cuenta interpela a aquellos que te leen, o aquellos con quienes te relacionas o se relaciona el medio en el que escribes.Plaza de las flores

Hoy no cabe hablar de taxistas, hosteleros, apartamentos turísticos, ferias del centro y del real, o de plazas como la malagueña plaza de las flores donde no caben los árboles, ni la orquesta, ni quiénes pretenden bailarla porque la plaza no es sino una gran mesa gigante compuesta de mesitas y sillas a diestro y siniestra hasta el punto de que, incluso cuando no es feria, no puedes evitar hablar más con el de la mesa de al lado que con quien está sentado a tu mesa. Tras la bruta carnicería que dejó en el suelo como guiñapos a niños, mujeres y hombres de más de una veintena de nacionalidades (lo he visto en un vídeo estremecedor que no tengo estómago para reenviar a nadie), la vida no es verdad que siga igual. Nos han matado también un poco. Hoy sólo queda el silencio y enredarnos en el abrazo cerrado a quienes están sufriendo en carne propia la atrocidad cometida.

Asustados sin miedo

Se comprende que quienes tienen responsabilidad institucional comparezcan ante la opinión pública con el argumentario habitual. Éste es un país civilizado, al menos. Aunque resulta previsible adelantarse de memoria a sus frases: no cambiarán nuestra manera de entender la vida, no ganará el miedo que pretenden imponernos con su barbarie, nos mantendremos unidos en la defensa de la libertad y del estilo de vida occidental. Bien está. Si quienes deben dar ejemplo de altura democrática, sentido de la responsabilidad colectiva y preservar la convivencia no lanzaran estos mensajes, la necesidad visceral de venganza y la horrorosa cadena violenta que conlleva nos devolverían a todos a la edad de piedra con ropa moderna (en la que están los países que alientan con petrodólares o narcotráfico el fanatismo y la intolerancia en el cerebro de perros que terminan convirtiéndose en lobos más o menos solitarios, espoleados por la manada virtual que aúlla a la luna de internet).

En el nombre del hijo

Pero tengo que criar a un hijo pequeño, como saben muchos de quiénes generosamente leen estas líneas, y el primer sentimiento que me agarra desde dentro de la barriga es el de no ofrecerme como cordero para el sacrificio absurdo de ninguna estupidez asesina. Habremos de defender nuestros valores sin escondernos como conejos ni demostrar ninguna ignorancia revanchista (siempre tan indiscriminada en la práctica como el sangriento acto que la provoca). Pero conviene aceptar que esto nos afecta. Pienso estar sentado en una terraza disfrutando de la vida, pero también mantenerme alerta. Por mucho que hagan, y sé que lo hacen, los valiosos cuerpos de seguridad del estado y la Inteligencia española y europea, el riesgo de que cualquiera convierta una furgoneta en un tanque es inevitable. Incluso si no es por yihadismo y el conductor va hasta arriba de drogas, como pasó al parecer en París y en Nueva York, o va hasta arriba de racismo como en Charlottesville. O como, con una estructura más clásica de terror con pistola y coche bomba, sufrimos la violencia de los autoproclamados gudaris de ETA durante décadas en nuestro país, y el suyo.

Islam contra el terror

Sabíamos que nos podía tocar esta negra lotería, lo que no cauteriza la herida de sentirla tan cerca. Es más fácil expresar las condolencias ante el dolor ajeno que apretar los dientes ante el propio. Pero la verdad de cuánto nos duele, sin perder la moderación ni la cabeza, no tiene por qué ser también una víctima del terror. No sólo habrá que poner bolardos en las aceras más céntricas o reforzar vigilancias, también educarnos a estar con siete ojos, mal que nos pese. Y habrá que hablar más con las comunidades islámicas para que actúen ante lo que ocurre, de la misma manera que se les pidió a los vascos, sin dejar de abrazarles («vascos sí ETA no»), que enfrentaran el problema de quienes nos mataban a todos en nombre de su ikurriña, como ahora nos matan a todos en nombre de la peor manera de entender el Islam... Porque hoy es sábado.