Hasta los poco cinéfilos recordarán Encuentros en la tercera fase, cinta en la que unos científicos preparan un acercamiento con seres de otro planeta, para lo que deciden comunicarse por medio de notas musicales, idioma universal basado en patrones matemáticos, pues cuando uno quiere que su mensaje llegue lo más lejos y nítido posible escoge la vía más común y conocida, por eso me destestículo literalmente con los buitres catalanes que sobrevuelan y hacen suyos los cadáveres aún calientes del atentado barcelonés para sacar rédito político. Ser un carroñero es lo que tiene. Como en Cataluña reciban a los marcianos con una sardana de Lluís Llach que se den todos por abducidos desde Alcanar hasta los Pirineos.

Corren tiempos de una corrección política que conlleva el secuestro de la veracidad y la imposición del miedo al qué dirán. La CUP y demás tontos de echarle azúcar a los bollos pueden permitirse decir lo que les venga en gana, ahora, pobre de ti como adjetives de islámico el terrorismo o hables de descontrol migratorio con los refugiados, se desatará contra ti la furibunda rabia progre para tacharte de facha cabrón, machista heteropatriarcal y racista cavernario, porque lo que mola, lo suyo, es desoír las voces autorizadas que llaman guerra a lo que está pasando, olvidar el denominador común que tiñe de sangre los suelos europeos, amar intensamente a quienes causan el terror, obviar el Art. 30.1 CE y mirar para otro lado ante imágenes explicitas. Pero eso es muy fácil desde la comodidad de su sillón, desde la placidez de su red social, y por ello les traigo hoy la historia real de Juan José.

Juan José es cordobés de nacimiento y por cuestiones laborales lleva media vida en África. Allí alcanzó un éxito que jamás habría soñado cuando ingresó en su empresa hace más de 30 años, lo que le ha hecho gozar de cierto respeto entre la población local. Pasado el tiempo llegó un día en que los odios religiosos invadieron el país y este mayo un grupo denominado ´anti-balakas´ intentó matar a 2.000 personas en Tokoyo, entre ellas unas 500 mujeres y niños, situación que Juan José no quiso permitir y decidió ejercer de escudo humano para salvar el mayor número posible de vidas. Esas personas se hacinaron en un pequeño edificio, pestilentes y temerosas, perseguidas y hambrientas. El asedio duró varios días, jornadas luctuosas en las que las balas nunca dejaron de silbar y en las que Juan José logró, a riesgo de su propia vida, trasladar poco a poco a los perseguidos hasta otro lugar más seguro. 80 murieron en su huida tiroteados por los francotiradores. Por fin, con la llegada de los cascos azules portugueses, se dispersaron los guerrilleros. Algo digno de un guión de Hollywood con banda sonora del mejor Morricone.

Ahora, querido lector, repase mentalmente esta historia y sepa que Juan José se apellida Aguirre, que es misionero y obispo católico en Bangassou, que el edificio en el que nuestro protagonista resguardó a todas esas personas es su propio seminario, que los anti-balaka son una rama enloquecida y sesgada del cristianismo, o lo más importante, las casi 2.000 vidas salvadas por Aguirre son musulmanas. Es decir, un obispo católico salvó a miles de musulmanes de ser ejecutados por unos cristianos descerebrados. Esta imagen de valentía vale más que mil palabras, del idioma que sean, pero no la imagino a la inversa. No veo imanes luchando en Europa contra el yihadismo, no veo líderes islamistas jugándose la vida para salvar nuestras almas infieles, sólo veo templadas muestras de condena, pero nada más, y este caldo de malentendido buenismo y alevosa ignorancia es en el que se cuece a fuego mínimo la lenta muerte del concepto occidental.

Tras los ataques de París el parlamento francés cantó al unísono la Marsellesa, después del atentado de Manchester se celebró un concierto a favor de las víctimas, y hoy se eleva glorioso el sonido del órgano mayor de la Catedral de la centroafricana Bangassou, porque la música es lenguaje universal y aúna el dolor de una forma tan sublime que todos podemos entenderlo, sentirlo, compartirlo. Aquí, en cambio, diferenciamos entre víctimas autonómicas y estatales, hablamos al mundo en catalán, hacemos partidismo de los pésames internacionales, negamos lo evidente y regionalizamos el miedo, lo que nos reduce a paletos mentales, a lerdos con avaricia.

Cualquier día una rueda desbocada aplastará mi cráneo contra una acera, una bala certera atravesará mi pecho sin orificio de salida, o un machete afilado me rebanará el gaznate como en la fiesta del cordero, y qué quieren que les diga, llámenme facha, pero prefiero seguir vivo y escuchar una vez El novio de la muerte antes que yacer inerte cual frío cadáver y soportar en bucle el Imagine de Lennon.