Ser políticamente correcto ayuda a formar parte de la tribu. Hijo, tú no te señales, he dicho alguna vez que nos repetía mi madre para protegernos de lo que nos afectaría ser diferentes de la mayoría. A pesar de la democracia las opiniones más o menos cualificadas, las etiquetas, los prejuicios, las adhesiones, los insultos, el buenismo almibarado, la mala sangre, la ironía inteligente y, sobre todo, las montañas de chistes fáciles derramados como escombros caben en el descampado de las redes sociales, donde todo ocupa el mismo lugar a pesar del propio todo.

Tribu o nadie

El hecho de valorar las redes como un fin en sí mismas, en vez de como una mera herramienta más para comunicarse, aumenta la presión a la hora de exponerse a ser señalado en ese tuiteo visceral en continuo centrifugado online. Pero lo políticamente correcto, como las modas, cambia con el tiempo y los contextos. Así que, al final, para no caminar solo y protegerte tú demostrando que formas parte de alguna tribu, terminas sin saber quién eres o querías ser tú. Sólo tribu y nadie.

Ni bestias ni mártires

Tarde o temprano hay que mojarse, aún a riesgo de contrariar a quienes en cada momento deciden qué has de pensar y hacer. En tiempos como los actuales, por ejemplo, tras los atentados de Barcelona, si crees que algunas de las cosas que están pasando o se están diciendo de manera mayoritaria deben ser matizadas por el bien de todos, matízalas. Era mucho más difícil hacerlo en los convulsos años 30 del siglo pasado, que en España terminaron en la Guerra Civil (siempre reconforta recuperar al demasiado tiempo despreciado Chaves Nogales y leer o releer sus relatos: A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España), Esforzándote en ser solvente y en ser tú, se produce con el tiempo cierta satisfacción del propio yo, a medida que pasan los años y vas viviendo las consecuencias de no seguir consignas sino los argumentos que consideras sólidos para convertirte en la mejor versión de ti mismo. Una satisfacción que crece en paralelo a la pérdida del miedo de no ser aceptado por las tribus que antaño aparecían acogedoras.

Abrazo-bomba

Se puede comprobar en el abrazo que le ha dado ese padre que ha perdido a su niño asesinado al imam de la localidad de Rubí. Un gesto gigante en valentía y carácter. Mientras las redes se llenan de suras violentas del Corán que pretenden justificar la maldad del Islam, por un lado, y de corderos pacifistas empeñados en curar al pobre enfermito de odio mientras te está matando, por otro, ese gesto se ha convertido en un abrazo-bomba contra la negrura de quienes se creen -y no son, ni han sido, ni serán los únicos- con el derecho de matar a ese niño.

respeto y contención

También merece la pena hablar de los chistes de «el cordobés» (no el torero, sino el último fanático convertido en protagonista por las pantallas de medio mundo como si sus infantiles mensajes sangrientos tuvieran más calidad que los discursos de Churchill). Reconozco que algunos de esos chistes en las redes tienen arte y que sirven para que la tensión acumulada escape sin consecuencias negativas. Pero prefiero el respeto, la reflexión y unas mayores dosis de silencio elegante en nombre de quienes de verdad han sufrido en carne propia la atrocidad, que en este caso ha sido yihadista. Ellos sí que padecen tensión acumulada. Pienso, sobre todo, en ese padre que se venga de quienes celebran la muerte de su niño dándole un abrazo intencionadamente público a quien para muchos representa a su «enemigo». También me fijo en el imam que, abrumado, no puede evitar el llanto. Un abrazo que demuele la siembra de rencor y caos que se abona con la sangre de cualquier atentado terrorista.

Manifestación necesaria

Que la manifestación de hoy es necesaria también lo creo. He recordado en alguna ocasión lo que supuso para mí estar en la manifestación contra ETA por Miguel Ángel Blanco, lo que sentí en Madrid al formar parte de aquella respetuosa marea humana con las manos pintadas de blanco. Pero el independentismo catalán ha demostrado insensibilidad al correr tanto en condecorar a los Mossos d’Esquadra y otras fuerzas locales, por ejemplo, cuando aún hay tantos flecos por investigar, informaciones que cuestionan razonablemente algunos comportamientos y, sobre todo, cuando todavía quedan algunos muertos por enterrar y decenas de heridos en los hospitales. La politización independentista que rodea, utiliza y afecta a todo en Cataluña, también al día después de los atentados, no debe empañar la catarsis legítima de salir juntos a empoderarse de la calle que han manchado de sangre los asesinos. Tomando la calle como ciudadanos que se defienden unidos para no ser vencidos por quienes pretenden destruir lo que, con todas sus imperfecciones, hemos construido durante siglos, derechos, libertades, deberes, convivencia, legalidad. Tomando la calle como inocentes, que no como corderos... Porque hoy es sábado.