Se mantiene la lección de democracia. Gallarda, desenvainada, tristemente inducida. Con tanta firmeza y tanta palabrería que pronto no quedará más remedio en internet que pasarse al porno y al fútbol. Ha pasado más de una semana del ataque terrorista, y la ciénaga, lejos de enroscarse en señal de consternación, no hace nada más que chapotear sobre sí misma. El horror, y esto no es una excepción, dicen que saca lo mejor de una sociedad. Pero también su reverso amorfo, grotesco, intoxicado de pasiones y delirios. Conté con los dedos de la mano. El tiempo que tardó un energúmeno -cuando todo era confusión- en desbarrar en público. Lo de si fue antes Trump o las redes es una aporía similar a lo del huevo y la gallina. El caso es hablar, a ser posible dando muestras de radicalidad e infantilismo: que si el catalán, que si los bolardos y Colau, que si el racismo más desatado y reconocible. Uno lee algunos tuits sobre los musulmanes y el Islam y se pregunta qué diablos hicieron el bueno de Strawberry y los Def con Dos para que quisieran meterlos en la cárcel por unos chistes. España, digan lo que digan los montañeros y montaraces de la CUP, no es un país fascista, pero no deja de ser verdad que representa una de las naciones en las que más integradas están las opiniones fascistas. Y más si hay viento trágico que las erice: se ve en estos días en las redes, en las barras de bar. Faltones irreflexivos de tres al cuarto paladeando con dramatismo su excusa: su oportunidad de lanzarse contra el vecino, con el que no lleva su ropa o reza en su capilla. De nuevo, la humanidad queda en un lugar muy pobre, pese a la grandeza de los contrastes. La gente sensata, razonable, que colabora, con amplitud de juicio y de pulso. Y los demagogos y pendencieros con sus aquelarres civilizatorios y sus palabras cortadas a cuchillo. Me lo decía un amigo, poeta y, sin embargo, cabal, en estos luctuosos y emponzoñados días: otro mensaje en cadena a lo nazi y me cargo el router. Y aún quedaban los folclóricos, los conspiradores, los antipodemos, el mastuerzo de Puerto de Sagunto, dando hostias a chavales, las pintadas de Granada y el cura. Internet, feliz invento, vuelve a adolecer de lo mismo: estar muy por encima de la capacidad general de uso. Incluso el papel, otrora más sereno, se pintarrajea por algunos lados con aire de cabecera de letrina. Con sus enemigos decapitados a todo color. Su conciencia ejemplarizante e iracunda. Se evapora una gran oportunidad para estar mayoritariamente a la altura. No era para eso que fuimos pueblo. Ni bien nacidos. Ni tecnología.