Lo políticamente correcto no debe parapetar la idiotez. Ni ocultar la verdad. Una asociación de consumidores en Italia, por ejemplo, ha denunciado al personaje dibujado por Hugo Pratt, Corto Maltés, por incitación al tabaquismo, ya que en los cómics sale con un pitillo en los labios. Supongo que el siguiente paso será prohibir la venta en DVD de la estupenda y humeante serie Mad Men, escrita por Matthew Weiner; o borrarle de la boca el cigarrillo a Clint Eastwood en La muerte tenía un precio (el título de Sergio Leone se refiere al precio de la recompensa por los malhechores no al de las cajetillas de tabaco), o incluso al propio Rick de Casablanca, pretendiendo convertir al personaje de Bogart en un antitabaco, sin más literatura, y no en el buen malo antifascista que es en la película de Michael Curtiz... Y hasta aquí la chanza de un exfumador convencido que soy. Porque el asunto es serio si se le echan bemoles y se aplica a lo que ocurre en nuestras fronteras. Al asunto de Juana Rivas o al conseller de Interior catalán o...

Un tal Óscar

Leo desde posiciones presuntamente feministas por autodenominación, que se censura a la jueza que ha decidido que los hijos de Juana vuelvan por ahora con el padre de los niños por el hecho de que ella le debe al feminismo haber podido ser jueza. El ruido de las redes sociales produce en ocasiones estallidos como éste. O como el de un personaje con estelada en su foto de perfil que llamaba puta, sin despeinarse, a la periodista Ana Pastor en un tuit poco antes de las 11 de la mañana de ayer. Lo hacía acusando a la periodista de creer, también ella, que los mossos d´esquadra habían recibido aviso de un posible atentado yihadista en Las Ramblas. Cuando Pastor puso en circulación el tuit recibido de ese tal Óscar con el descriptivo texto: «Este es el nivel€» el envalentonado don nadie, a quien la red permite hablarle cara a cara a alguien que, como la periodista, tiene 2 millones de seguidores en Twitter, borró cobardemente su mensaje. Ése es el nivel de determinada tropa, sí.

Ojalá, Juana...

La jueza del juzgado de instrucción número 2 de Granada, en la palestra mediática exclusivamente por el ruido que ha rodeado el caso de Juana Rivas, le debe a mujeres valerosas que vivieron antes que ella haber podido acceder a la carrera judicial siendo mujer -además de a su propio esfuerzo, por supuesto-. Pero nada a quienes la censuran. Se lo debe, por nombrar sólo a españolas -algunas malagueñas- a Clara Campoamor, Concepción Arenal, Victoria Kent, María Zambrano, Maruja Mallo, Ángeles Santos, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcin, Gloria Fuertes y tantas artistas, juristas, científicas, poetas que van siendo recuperadas del ostracismo machista, y a otras mujeres sencillas y anónimas que se empeñaron, en sus diferentes contextos históricos y personales y con la educación desigual entre hombres y mujeres que habían recibido, en ser libres e independientes muy por encima de la medida de sus respectivas posibilidades. Su feminismo fue su valentía y su ejemplo de vida. Abrieron puertas a la igualdad de derechos sin eludir jamás los deberes en un entorno hostil. Ojalá que, un poco como ellas, sean todas las hijas que tengamos.

Los niños no

Ninguna jueza debe redactar sus autos con la pancarta políticamente correcta de un presunto feminismo que utiliza más la estridencia que la voz alta y clara. Ojalá que la utilización de Juana Rivas por quienes pretendieron convertirla en bandera política de insumisión legal, no perjudique a Juana ni a sus legítimos deseos de tener a sus hijos en las mejores circunstancias posibles, para sus hijos. La jueza debe ser tan jueza como un hombre debe ser juez, aplicando la ley de manera que ésta sea lo más justa posible. Y en los asuntos de familia deben juzgar siempre analizando cada caso en particular en beneficio de los hijos, por encima de cualquier presión interna o externa. Ello debiera ser también lo que quieran los padres. Aunque desgraciadamente el rencor y la herida del fracaso de pareja, en alguno de los progenitores o en los dos, lo enmarañe todo en demasiadas ocasiones. El resultado de esas malas separaciones, los efectos de la llamada alienación parental, lo pagamos todos cuando esos hijos llegan a adultos.

Poco horneado

Pero el gran ejemplo, el más asombroso, de hablar sin criterio impelido por la orden de lo políticamente correcto según el independentismo catalán lleva el nombre del conseller de Interior, Joaquín Forn (que en catalán significa horno). En ese horno testal cocinó la respuesta a la advertencia internacional sobre un posible atentado en Las Ramblas: «No le dimos credibilidad». Pero, hombre, mienta usted, manipule, embrolle, invente, sea sincero, asuma responsabilidades o, como hacen en otras ocasiones, no responda. Pero al contestar eso, tras el atentado en Barcelona, le hemos pillado con las manos en la masa, de su propio cerebro€ Porque hoy es sábado.