En septiembre el anuario se pone a cero como si de una nueva oportunidad nos brindara. Hoy, la luna llena septembrina se asoma a contemplar como la gran mayoría de los malagueños van retomando su divina rutina marcada por retos esbozados sobre originales metas: es un período de transición; pero también es el mes de la nostalgia, del final de un verano el cual se marcha con tu recuerdo, el de la añoranza por una estrella dormida, Doña Concha Zambrana Sanmartín.

Al despedirnos de una persona que hemos querido con fruición, se impregna en la brisa una pesarosa sensación de orfandad. La reluciente luz de su mirada elegante iluminaba todo cuanto a su alrededor compartía; toda una vida. Concurrente de un mundo donde ella es protagonista, desde la contemplación en la sala del cine familiar -El Cine Moderno- los personajes de los mil y un día de anhelos en la gran pantalla la miraban absortos preguntándole la acción más favorable para conquistar su argumento vital.

Tras sus primeros años en el cobijo de la estancia oscura, el cine le enseñó a vivir. Llegó el deseo de un rodaje real que conquistó apasionadamente -persistente en su generosa bondad- con un admirable guión escrito, dirigido e interpretado por Ella. Esta estrella atractiva, estilosa, afable con todos, ayudó a sentirse tal cual a quien conoció, evitando críticas y ahondando en el crecimiento por el amor, esa pasión que proyectó reuniendo a todo un grupo de artistas -hijos y nietos- para producir su mejor película: La Familia.

Concha Zambrana protagonizó su última escena entre sueños en el inicio del mes de agosto sin hacer mucho ruido, con esa distinción que le caracterizaba, rodeada de todos sus admiradores: su familia y diciendo adiós con el sosiego de haber creado una vida de cine. Muchas gracias Concha por tu genial obra. No me acuerdo de olvidarte.