No somos los culpables

No sé qué me indigna más si la incapacidad para luchar contra el cambio climático o contra la extrema pobreza mundial. La muestra universal de ciudadanos que abarrotamos la mezquita de Córdoba o los trenes de cercanías de Málaga parecemos atentos, inteligentes, cuidadosos. No somos los culpables. Ni siquiera por omisión. Cuando en un grupo majo propongo luchar contra esos dos males globales la respuesta es de desánimo. Los ciudadanos nada podemos hacer. Son demasiado grandes. No hay forma de organizarse lo suficiente. Seamos buenos y justos es lo más que se les ocurre hacer. Ninguno siente en sus manos las riendas que fijan el rumbo del mundo.

Para mí está claro que la culpa de estos males la tiene la estructura de poder mundial. Y esa estructura está dominada por esos cada vez más ricos, que acumulando fortunas sin fin, petróleo incluido, se han hecho los más poderosos. Por ahora todopoderosos, rodeados de serviles narcotraficantes, traficantes de armas y de personas con su fuerte cohorte de esbirros bien pagados. Y con chantajes controlan, amarran, ponen y quitan gobiernos. Esta realidad es inaguantable. Siempre he soñado con que la dureza y la globalidad del calentamiento climático, con episodios crecientes como el Irma y los monzones desatados, podía despertar a los poderosos para por pura necesidad hacerles cambiar su estrategia suicida. Me temo que sean ganas de consolarme. Pero hay multitudes de niños y gente normal buena que no se merecen este demasiado triste futuro.

Pablo Osés Azcona. Fuengirola