En muchos lugares del mundo el gobierno de los depredadores, sin frenos y sin pudor, ya no es una amenaza. Se ha convertido en una realidad. Como la plaga letal y silenciosa que Albert Camus nos describía en La Peste. La gobernanza en clave de latrocinio sistémico, disfrazada de democracia aclamativa para las daltónicas cohortes. Eso sí. Todos en su «Sternstunde», su momento estelar.

Thomas Fuller decía en 1732 en su Gnomología que un ladrón es considerado un digno caballero cuando los frutos de sus latrocinios lo convierten en un hombre rico. Pero los tiempos cambian. Hoy en día la moda de los caudillos de las cleptocracias actuales es la zafiedad intelectual, tan arrogante como ágrafa.

Está ocurriendo incluso en algunas de las que antaño fueron modélicas y éticamente impecables democracias, algunas de ellas ultramarinas. El instinto oportunista no suele fallarle a estos personajes. Ahora tampoco. En muchos lugares la sociedad es cada vez menos exigente. Y las tragaderas de las víctimas -sedadas y desplumadas- pueden ser cada vez menos selectivas.

En un reciente artículo -Profetas- el maestro Félix de Azúa se refería al «fascio catalán». Es perfecto, ya que en dos palabras lo dice todo. No podía ser menos tratándose de un brillante escritor y docto académico.

¿Me hicieron sus palabras y las 300.000 camisetas independentistas vendidas en la reciente Diada de Barcelona evocar las añejas camisas negras del Duce Benito Mussolini? ¿Las de la Marcha sobre Roma en octubre de 1922? La verdad es que no lo sé. Los ´Camicie Nere´ y los ´squadristi´ del Fascismo primerizo eran bastante más correosos y marciales, ´la vérité soit dite´. Y no se llevaban a la parienta y a los niños a las manifestaciones. En todo caso, Dios dirá.