La atención del referéndum planteado con la ligereza de un Barça-Madrid, y replicado con la tosquedad de un Madrid-Barça, se ha polarizado en su accidentada convocatoria. Convendría por si acaso prestar una atención mínima a la pregunta en juego, que alberga más de una mina a desactivar. El interrogante «¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente en forma de república?» plantea una disyuntiva entre una afirmación y una negación. Los entusiastas de establecer vínculos con el brexit recordarán que la doble respuesta huía en Gran Bretaña de la simplicidad del sí o no. Y había una razón psicológica de peso para desterrar la aparente sencillez del pronunciamiento.

La dudosa seriedad del referéndum catalán, surgida de una confección atropellada que admiten los propios organizadores, no ha impedido la astucia de elegir la respuesta afirmativa como favorable a la independencia. Numerosos estudios con pretensiones científicas concluyen que el «sí» siempre parte con ventaja frente a la opción del «no». Todo ello con independencia, valga la redundancia en este caso, de la naturaleza del interrogante. Las prevenciones pesimistas sobre el ser humano se derrumban en este punto. El votante prefiere afirmar a negar. Cuesta más oponerse que acceder.

De este modo, y si el recuento condujera a un marcador apretado, la postura favorable a la república catalana contaría con unos puntos decisivos de ventaja. Por supuesto, los vaivenes en la gestación del referéndum conceden tanta relevancia al peso de la afirmación como a la estimación del nivel de un líquido en un barco en medio de la tempestad. Lo cual no obsta para que, por si acaso, los organizadores independentistas se hayan reservado la opción más simpática.

Se empieza por reservarse el «sí» y se acaba por organizar un referéndum con más pasión que garantías. La espontaneidad mediterránea contrasta con la metódica planificación de la consulta del brexit. Una Comisión Electoral dedujo en el Reino Unido la pregunta después de numerosos estudios, que quisieron prever las contingencias lingüísticas más inesperadas. La primera medida consistió en suprimir la afirmación y la negación. Ni el independentismo británico ni la adhesión a Europa iban a gozar de esa ventaja psicológica, que hubiera resultado decisiva visto el angosto margen entre ambas opciones.

A diferencia de lo que ha ocurrido en Cataluña por no hablar de Madrid, la construcción de la pregunta fue publicada en un sesudo estudio, dentro de un ejemplo de transparencia del Reino Unido. Se debatió si era necesario especificar la expresión «Unión Europea», si era redundante o si bastaba con «UE». Suprimido de entrada el minimalismo perverso de «sí» o "no", la disyuntiva se planteó entre los hoy célebres «permanecer» (remain) o «marcharse» (leave).

Es posible que aun en estas circunstancias, la permanencia cuadre más con el temperamento humano que la fuga, lo cual concedería un peso adicional a la victoria de los partidarios de desembarazarse de Europa.

En la Diada del pasado lunes, la cartelería promocional tachonada con un gigantesco «Sí» invitaba a la complicidad, un sentimiento que hubiera repudiado el desabrido «No». La afirmación sintonizaba con el ambiente desenfadado, se desmarcaba de la hostilidad. Un cuidadoso pronunciamiento, que además contrae réditos en el recuento. Pese a la precipitación del desafío, su vigencia procede en buena parte del aire festivo desplegado. El acto inaugural de la campaña en Tarragona se asemejaba a una revuelta sesentayochista. Los presentadores se jactaban de que «este es mi primer acto ilegal, y esperemos que sea el último», en tanto que Puigdemont se dirigía a sus colegas con un solidario «bienvenidos al grupo de los querellados».

Rajoy no está para bromas. Se ha quedado en propiedad con el no, que tiene forma de cruz. Donde sus rivales se permiten corretear sin rumbo fijo, el presidente del Gobierno alterna su pasividad característica con briosos arranques taurinos de dudosa efectividad. Emplear a Maza como un mazo debió ser el último recurso, y no el primer asalto a la burguesía catalana que ha enterrado el seny para reclamar la rauxa. Ni siquiera Erdogan se permitió imputar al diez por ciento de los alcaldes turcos, tras el sospechoso golpe de Estado. En circunstancias de menor dramatismo armado, el líder del PP ha decidido sacrificar el prestigio ya de por sí residual del fiscal general, con tal de no afrontar a los revoltosos en persona.