Los aficionados y los futbolistas funcionan en el estadio como una máquina térmica. Luego está la mitología alrededor del poder omnímodo de la afición en el rendimiento de los equipos, de forma que el espíritu de la grada domina el cuerpo del futbolista, pero eso es una cuestión más bien poética que poco tiene que ver con lo sucede en el pasto. ¿La afición del Camp Nou produjo el milagro de la multiplicación de los panes y los peces en forma de goles en la inolvidable remontada del Barça ante el PSG de la temporada pasada, o más bien fue Neymar con sus goles quien calentó la grada e hizo que la afición culé creyera en lo imposible? ¿O aquella remontada, como tantas otras, fue una afortunada combinación de fe desde la grada y sudor en el terreno de juego? Pero, ¿qué es más importante, la fe o el sudor? Según el enunciado de Kelvin, es imposible la existencia de un proceso cíclico en el cual el calor absorbido de una fuente de calor se convierte íntegramente en trabajo. Dicho de otra manera, y dicho por el divulgador científico Peter Atkins, la naturaleza pide un impuesto por la conversión de calor en trabajo: parte de la energía suministrada por la fuente de calor debe pagarse al medio en forma de calor. Tiene que existir obligatoriamente un sumidero frío y, así, las torres de enfriamiento de una central eléctrica son mucho más importantes por lo que respecta a su funcionamiento que las turbinas complejas o el reactor nuclear. El calor que los futbolistas absorben de esa fuente de calor que es la grada no se convierte íntegramente en trabajo, es decir, en goles. Por el sumidero frío del empeño del equipo rival en no perder el partido se va parte de la energía no utilizada en forma de calor. Si no existiera ese sumidero frío, el calor del público se convertiría íntegramente en trabajo y el fútbol sería una cosa aburridísima. ¿Quién quiere ver un deporte en el que el equipo de casa gana siempre por goleadas perfectas? Y Rudolph Clausius lo dejó claro para siempre: el calor no se trasfiere desde un cuerpo a temperatura baja hasta uno de temperatura alta a menos que este proceso vaya acompañado por un cambio que ocurra en algún otro sitio. Es decir, la energía fluye espontáneamente (sin necesidad de la realización de ningún tipo de trabajo para que ocurra) en forma de calor desde un cuerpo a temperatura alta hasta otro a temperatura más baja, y para que el calor pueda ser trasferido en una dirección no espontánea es necesario realizar un trabajo. Es imposible construir una máquina térmica que funcione sin un sumidero frío, y no es posible que un objeto adquiera mayor temperatura que el medio que lo rodea de forma espontánea porque el calor no fluye espontáneamente de un cuerpo frío a uno más caliente. Me temo que si un equipo de fútbol está frío, el calor no fluirá de forma espontánea hacia la grada, y la grada no se calienta si el equipo no hace un trabajo. Es cierto que si la grada está muy caliente, como ocurre siempre en Anfield, la energía fluirá de forma espontánea (sin necesidad de que Coutinho realice una de esas jugadas que encienden el estadio) en forma de calor, pero el funcionamiento de un partido de fútbol no es exactamente así porque es el calor del equipo el que debe subir a la grada, no el calor de la grada el que descienda hacia el equipo. Los aficionados animan más en el estadio cuando el equipo está caliente y juega bien que cuando está frío y juega mal. El calor de la grada está muy bien, pero ese calor funciona mejor cuando proviene del cuerpo del equipo a temperatura alta. Dicho de otra forma, animar a un equipo funciona mejor cuando el equipo ya está animado. Futbolistas, a trabajar.