El sábado cumplí 40 años como 40 soles, como para morir de insolación que diría Luis Sánchez Polack, Tip. Pero no lo comento para que empiecen a mandarme jamones a la redacción, quedan ustedes dispensados, sino porque todo cumpleaños conlleva un mínimo de examen de conciencia, un breve parpadeo en el que recordar momentos pasados e imaginar los venideros, pensar en lo mejorable, asumir culpas, compartir alegrías y, en definitiva, tomar impulso para intentar alcanzar la vejez con la máxima dignidad posible.

Y en esas andaba yo, pensando en envejecer con dignidad cuando me vino a la cabeza el prófugo Carlos Fernández, aquel concejal huido de la justicia en plena Operación Malaya, ese que once años después ha sido detenido en Argentina y será puesto a disposición de la justicia española. Como se pueden imaginar el cachondeo en Marbella es de aúpa. La leyenda que cubre la figura de este personajillo es digna de un buen libro, pues agranda inexplicablemente la existencia de un pobre hombre, un tonto a la tres de la política que ya fue condenado en su día por meter la mano en la caja de todos. Dijeron de él que estaba siendo protegido por un potentado judío, que pululaba por Marruecos, que en estos años ha venido a visitar a sus padres como Pedro por su casa, o que es el chivato oficial que pactó con los investigadores. Y así, de la nada, nace una leyenda como si de Francisco Paesa se tratase, pero me temo que Fernández no tiene ni la inteligencia, ni la habilidad del hombre de las mil caras.

Cuentan que se ha operado, pues será de fimosis me decía ayer uno que lo conoce bien, que no se ha entregado y lo han arrestado, que se casó y tuvo descendencia, que trabajaba de formador (coach para los modernos), que asesoraba a personalidades, toda una retahíla de circunstancias que al fin y el cabo sólo agrandan una leyenda inmerecida y sobre cuya verdad nunca sabremos de la misa la media, porque hablamos de alguien que no pasará a la Historia por ser ejemplo de nobleza, y menos de dignidad. A ojo de buen cubero le calculo 50 años, así que ha pasado la quinta parte de su existencia viviendo la vida de otro, mirando para atrás, metido en la piel de un desconocido.

Ahora toca volver, y esos once años de ausencia también han pasado para los que se quedaron. Esos años han endurecido el carácter de las personas que afrontaron sus obligaciones, que siguieron trabajando, peleando con la crisis, con las hipotecas, buscándose la vida, luchando por los suyos. Esos once años han madurado las deudas que dejó pendientes, y aquí le estarán esperando, que no le quepa duda. Hay cosas que no se olvidan por mucho que cambies una letra de tu apellido. Nadie, ni él, ni ustedes, ni yo, somos los mismos que en aquél lejano 2006, así que aquí en Marbella hay un runrún entre cómico y estupefacto. Casi puede oírse un susurro de cientos de voces ´que viene, que viene, ué, ué, que viene, que viene, ué, u逴, un cántico a media voz que va cogiendo fuerza y volumen conforme se van conociendo más detalles de las andanzas argentinas de este torpe metido a fugitivo porque, repito, hay cosas que nunca se olvidan.

Borré esa imagen de mi cabeza. Después seguí con mi examen de conciencia cumpleañero, ya saben, martirizándome por todos los errores cometidos, prometiendo a mi mujer que adelgazaré y me alejaré de algunas sombras, riendo por algunos momentos épicos, contando las personas nuevas que he conocido y las usadas que he apartado, ese tipo de cosas que uno piensa cuando se pone tontorrón.

Lo importante de verdad, lo realmente esencial de cumplir años es levantarse cada mañana y poder mirarse al espejo, de frente, sin apartar la mirada, con orgullo, como seguro que hacen ustedes. Porque hay algunos que son incapaces de hacerlo y ya nunca podrán, aunque pongan medio mundo de por medio, se cambien el apellido o se inventen una nueva vida. Todos sabemos quiénes somos, y eso tampoco cambia, como las deudas que dejamos o el daño que causamos. Es cuestión de dignidad, que no prescribe.