Me han parecido extremadamente interesantes las reflexiones de un joven estadounidense que vive y trabaja en Alemania sobre la para él incomprensible actitud política de la gente de su generación de ese país.

Mientras que en Estados Unidos, en Gran Bretaña, en Francia o en España, muchos jóvenes se rebelan contra los partidos conservadores y reclaman cambios, en Alemania votan por la continuidad de la canciller Angela Merkel (1).

En el Reino Unido, los jóvenes votaron mayoritariamente por el laborista rebelde, Jeremy Corbin, en EEUU lo hicieron por el líder de la izquierda demócrata, Bernie Sanders, y en Francia se inclinaron muchos de ellos por el líder de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon.

A muchos de esos jóvenes los une la misma rabia frente a un mundo en el que crece la desigualdad, aumenta la inseguridad en el trabajo, la vivienda es cada vez más inalcanzable y el consumismo y el dinero parecen ser lo único que cuenta.

Todo eso se da también en mayor o menor grado en Alemania y, sin embargo, en lugar de votar a la izquierda, los sondeos nos dicen que la CDU de la canciller Angela Merkel sigue gozando de las preferencias entre los menores de 30 años.

De ahí que nadie parezca rebelarse cuando Merkel y sus correligionarios de la CDU o la CSU bávara sacan pecho y afirman que «a los alemanes nunca les ha ido tan bien como ahora».

Y, sin embargo, como ha podido comprobar el autor del artículo, son muchos los alemanes de su edad obligados a hacer «trabajos de mierda» para sobrevivir, trabajos mal pagados y de poca duración.

Trabajos muchas veces del sector servicios que, allí como en otras partes, permiten a las empresas ahorrarse costos laborales y sociales y aumentar por tanto sus beneficios.

Al igual que ocurre en Estados Unidos y en otros países, el llamado «ascensor social» ha dejado de funcionar también en Alemania, y cada vez menos pueden aspirar a vivir, pese a su formación, mejor que sus padres.

Según un estudio de los sindicatos alemanes, la mayoría de los jóvenes tienen minijobs, contratos muchas veces de menos de veinte horas o trabajan para subcontratistas.

El joven observador estadounidense se pregunta por qué en vista de todo ello sus coetáneos alemanes, en lugar de rebelarse contra el sistema que los maltrata en casa, abrazan causas internacionalistas como la lucha contra los tratados de libre comercio o las protestan contra las cumbres del G20.

Su impresión es que en Alemania se ha afianzado una nueva mentalidad de inspiración anglosajona, pero asumida por la Tercera Vía socialdemócrata, que hace hincapié en la responsabilidad de cada uno en su propia vida laboral.

Si alguien, pese a sus esfuerzos, no consigue trabajo, si el que le ofrecen está mal remunerado y es inseguro, nada de ello es responsabilidad del empleador, sino que se trata de un fracaso personal.

Como dice el sociólogo alemán Patrick Sachweh, esa generación «sólo conoce el estado social tras las reformas de la Agenda 2010 (del excanciller socialdemócrata Gerhard Schroeder)» y asocia al Estado con paternalismo y control.

Y frente a la juventud crítica de otros países, que denuncia la desigualdad y la explotación laboral y exige que se regule el mercado y se limite el poder de las empresas, muchos jóvenes alemanes optan por la autonomía y la libertad individual que creen que les proporciona el sistema.

No son tal vez materialistas, prefieren ir en bicicleta o compartir coche, y no les importa vivir en una comuna con sus amigos, pero, como señala el autor del artículo, esos jóvenes «serán unos individualistas amantes de la libertad, pero son al mismo tiempo cómplices de un sistema que funciona precisamente a costa suya». Y ni siquiera son conscientes de ello.

(1) Caspar Shaller en el semanario Die Zeit, del 14 de septiembre.