Confieso que aquello fue una alegría. La noticia que daban en la portada de La Opinión de Málaga del sábado pasado: «Los arquitectos cuestionan los beneficios de levantar el hotel del puerto.» Por supuesto me refiero al inquietante proyecto del todavía posible mega-hotel del puerto de Málaga. La recurrente y casi perenne historia de las cíclicas amenazas de atrocidades urbanísticas -no todas evitadas- en nuestra ya castigada Costa del Sol malagueña nos prometía un nuevo capítulo. Atrocidades que sin la intervención de la sensatez y la inteligencia de unos y otros -y sin olvidar a la Santa Providencia- nos habrían tumbado hace tiempo como un gran enclave internacional del mejor turismo. Lo que afortunadamente seguimos siendo.

Esta vez, como hotelero de toda la vida, tengo que dar las gracias y felicitar al muy ilustre Colegio de Arquitectos de Málaga y a los eminentes profesionales colegiados, autores de este importantísimo documento, emitido a petición de la delegación provincial de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Andalucía. Observo que del mismo no sale muy bien parado el mega-hotel proyectado en un lugar extremadamente valioso del puerto de Málaga. Tal como nos informa el artículo, son dudosos los beneficios para Málaga de esta mole descomunal, entre otras cosas «por su impacto visual, que lógicamente cambiará la imagen de la ciudad, tanto desde el mar hacia el interior como del interior hacia el mar y en las vistas cruzadas.»

Me recuerda este informe, ejemplar en muchos aspectos, la noche del 2 de agosto de 1970, en la que se celebró la inauguración del Puerto Banús de Marbella. Fue un día memorable. Fui uno de los afortunados invitados a aquella fiesta en los jardines del Hotel del Golf de Nueva Andalucía. Entre la multitud estaban el príncipe Rainiero de Mónaco y su esposa, la princesa Grace, además del príncipe Aga Kahn, con el aval de su recientemente lanzada Costa Esmeralda en Cerdeña, probablemente uno de los lugares más bellos del Mediterráneo. Con ellos estaba el príncipe Alfonso de Hohenlohe-Langenburg, un genial aristócrata alemán de corazón español, afincado desde hacía muchos años en Marbella. También estaba el presidente de Puerto Banús y de la flamante urbanización de Nueva Andalucía: don José Banús y doña Pilar, su esposa. Don José, el más importante constructor de la España de los años sesenta, había hecho posible aquel milagro: la creación de uno de los mejores y más atractivos puertos deportivos del planeta. Todos los asistentes celebrábamos con cierta emoción ese momento que certificaba que Marbella y la Costa del Sol malagueña ya volaban muy alto en el universo del turismo internacional.

Pero la mayoría de los invitados ignorábamos la presencia allí del maestro Noldi Schreck, el arquitecto que había diseñado las edificaciones de Puerto Banús, ya consagrado como el luminoso objeto del deseo de medio mundo. Y por supuesto la mayoría ignorábamos que fue el príncipe Alfonso de Hohenlohe el que tuvo mucho que ver con aquella feliz historia. Eso sí. Algo habíamos oído de que el proyecto inicial de don José Banús para su puerto contemplaba la construcción de seis torres de apartamentos de 16 plantas cada una en el recinto del futuro puerto deportivo. Cuando le llegó la noticia el príncipe Alfonso llamó a su buen amigo Pepe Banús: «Si tú llevas a cabo este proyecto, yo vendo el Marbella Club y me voy de Marbella con mi familia y mis amigos.»

Don José Banús debía muchos de sus impresionantes éxitos empresariales a la virtud de saber escuchar. No en vano había fichado para el puerto a Alberto Díaz Fraga, un prestigioso ingeniero de caminos, canales y puertos. La vehemencia de su amigo Alfonso le había alarmado. Le pidió consejo. Don Alfonso había conocido en Méjico al arquitecto Noldi Schreck. Le llamó a su estudio en Méjico DF: «Debes venir de inmediato a Marbella, don José Banús quiere hablar contigo.» Y así fue. El resto de la historia ya lo conocen ustedes. En cuanto a don José Banús, señalar que él también pudo realizar el sueño que tuvo César Ritz, el rey de los hoteleros, cuando inauguró el Ritz de la parisina place Vendôme: «Je rêve d´une maison à laquelle je serais fier d´attacher mon.» Sueño en una casa a la que estaría orgulloso de dar mi nombre.