Que no le quiten la sonrisa a Serrat. El patrimonio de sus canciones y su actitud mediterráneamente serena es enorme. Yo le llevaba bajo el brazo, con la respiración agitada, en aquellos cuatro elepés dentro de un estuche que me había prestado Rocío, aquella primera novia. Serrat guiñaba un ojo, sonreía y encendía una cerilla en la portada (Álbum de oro. Novola. 1981). Durante meses yo salía corriendo del instituto nacional de bachillerato Polígono de Cártama, en Málaga (hoy instituto de Secundaria Salvador Rueda), para llegar a mi casa y escuchar aquellos vinilos en el tocadiscos de mi tío. Canciones como De cartón piedra sorprendían, hasta hacerme llorar, al adolescente que vivía en un barrio duro donde una muñeca de tamaño natural robada de un escaparate sólo podía servir para masturbarse.

Y Serrat

«De una pedrada me cargué el cristal y corrí, corrí con ella hasta mi portal. Todo su cuerpo me tembló en los brazos. Nos sonreía la luna de marzo. Bajo la lluvia bailamos un vals, un, dos, tres..., un, dos, tres..., todo daba igual, y yo le hablaba de nuestro futuro, y ella lloraba en silencio... ¡os lo juro!» Yo entonces ya sabía que Serrat, con diez años, tuvo un gato, peludo, funámbulo y necio, que le esperaba en los alambres del patio a la vuelta del colegio. También sabía que cuando fue niño tuvo un balcón con albahaca, como la maceta que tenía mi madre en el balcón de mi casa. Y un ejército de botones y un tren con vagones de lata roto entre dos estaciones, y un jardín de adoquines -tampoco en mi barrio había árboles- Tardé en comprender su valiente pedagogía cuando cantaba algunas canciones en catalán, aunque algunos le abucheaban en castellano. Una vez le entrevisté en la radio. Otra vez hablamos en el bar de Jesús Quintero, en Sevilla, junto a su mujer, Candela. Son aquellas pequeñas cosas que me dejó un tiempo de rosas.

Rebeldía pija

A quienes fomentan esta algarada que ya poco tiene que ver con la aspiración legítima de preguntar a los ciudadanos por lo que les afecta en un referéndum, como la Constitución y el Estatut mandan, les debería dar vergüenza tener preocupado al gran embajador de Cataluña, al mejor hijo del Mediterráneo en el mundo hispano, al mejor español que han oído chilenos y argentinos y cubanos y mejicanos y tantos pueblos arropados por su compromiso político, cuando había que tenerlo, ante las tiranías -no este rollo de rebeldía pija de falsos oprimidos que manejan algunos- Y muchos han recitado los versos de Machado y de Hernández y de Alberti y de León Felipe y de Benedetti gracias a haber sido musicados por Serrat con su peculiar gorjeo marca de la casa, haciendo de la poesía una propiedad popular -«la poesía no es de quien la escribe sino de quien la necesita»-, decía el personaje que encarnaba el tristemente fallecido Massimo Troisi en la luminosa El cartero (y Pablo Neruda) dirigida por Michael Radford en 1994-

Involución de las especies

Mientras en países que pretenden converger con Europa, como Turquía, se saca a Darwin de los temarios de la Enseñanza Secundaria, las portadas de algunos periódicos europeos se regodean en el falso martirologio de los independentistas, fundamentalmente de los jóvenes que no van a clase para tomar las calles (están viviendo su mayo francés pero con playa y sin adoquines que se la secuestren). Pero la adrenalina que les produce estar protagonizando la Historia por el mero hecho de gritar Votarem (como si no pudieran votar en cada convocatoria electoral con todas las garantías democráticas desde que cumplieron 18 años) les lleva a algunos a destrozar los vehículos de los cuerpos de seguridad del Estado, hasta ahora sin consecuencias.

Periodismo estelar

Sorprende que no pocos de esos jóvenes, cuando les preguntan, introduzcan en sus respuestas eso de que España les roba. Un argumento que tiene poca lírica revolucionaria, aunque la palabra Independencia sí la tenga y resulte fácil contagiarla. Serrat no ha dejado de ser de izquierdas, pero defiende que las leyes aprobadas por el govern no han permitido a la oposición en Cataluña -y especifica que ni a la de izquierdas ni a la de derechas- discutirlas o presentar enmienda alguna. Quizá Serrat votaría Sí en un referéndum de autodeterminación. O quizá No. Pero ha querido dejar claro, y hacerlo hoy en Cataluña tiene un coste, que este pretendido referéndum no es el que tiene las garantías legales y por eso él no va a ir a votar. Siente uno decir esto, pero ha dado más la talla, y con más solvencia documental, que algunos periodistas. Esos que, fascinados por ver en las calles tantas esteladas, han firmado crónicas estrelladas en sus medios. Estrelladas con la verdad. Desconociendo, incluso, que ha sido un juez de Barcelona y no de Madrid, quien ha ordenado las detenciones por desobediencia de altos cargos administrativos, que tampoco eran «ministros» o consellers, tal y como han publicado. De pena…

Porque hoy es Sábado