En poco más de dos años, Málaga se llenará de carteles para conmemorar la elección como Ciudad Europea del Deporte 2020. Será una gran oportunidad para mostrar a nuestros convecinos europeos la importante apuesta malagueña por la práctica deportiva. Este hecho choca frontalmente con la situación que se ha generado alrededor del baloncesto base, el cual se encuentra en un tris de cercenar las ilusiones de casi 3.000 jóvenes que quieren jugarlo.

Es de sobra conocido el acuerdo alcanzado entre el Ayuntamiento y la Delegación de Educación el pasado 18 de julio, cuyo anuncio a «bombo y platillo» tranquilizó a quienes amamos y practicamos este deporte. El alcalde se comprometía a afrontar los costes de las obras de acondicionamiento acústico en los colegios, a la vez que la delegada de Educación afirmaba que se suscribiría el convenio necesario para ampliar el horario de desarrollo de actividades deportivas en los centros escolares hasta las diez de la noche. De tal modo, ambas administraciones llegaban a un punto satisfactorio a las demandas de todas las partes implicadas: poder jugar al baloncesto respetando las leyes y al mismo tiempo el descanso de los vecinos.

Tras las vacaciones estivales, en pleno inicio del curso escolar y la temporada deportiva, nos hemos vuelto a topar con la dura realidad. Los chavales regresan ilusionados a las canchas y vuelven a botar sus balones, pero el básket sigue en el punto de mira ya que nadie ha movido ficha. Las promesas que se hicieron en julio se las llevó el viento. No es un volver a empezar, es casi una cuenta atrás que da la impresión de resultar imposible de revertir.

Como padre me resulta complicado explicarle a mis dos hijos que quizás este año no les permitirán encestar junto a sus amigos. A fecha de hoy, con el enfrentamiento abierto, los reproches y la inacción del Ayuntamiento y la Delegación de Educación, además de la amenaza de elevar acciones legales por vía penal, no se puede ser muy optimista respecto a la continuidad del baloncesto en las pistas del colegio de El Ejido.

Mis hijos no entienden por qué existe la posibilidad de prohibirles jugar al baloncesto, algo que disfrutan desde que eran muy pequeños y que es sano y beneficioso para ellos. Estamos hablando de niños y jóvenes apasionados por su deporte favorito, que lo practican en su barrio y junto a sus compañeros. Y lo peor es que esta prohibición puede extenderse a otros ocho clubes de la ciudad que utilizan centros educativos para entrenar a sus equipos.

Si para los pequeños es difícil, los mayores tampoco comprendemos la diligencia del Ayuntamiento en sancionar y limitar la práctica del deporte de la canasta a la vez que quedan impunes las denuncias vecinales por los excesos de la movida nocturna generados por la transformación del Centro Histórico en un conglomerado de bares y discotecas, e igualmente las quejas que se llevan recibiendo hace décadas desde la barriada de La Araña por los efectos nocivos de la fábrica de cemento. Incluso en la propia Plaza del Lex Flavia, un grupo de incívicos se reúne cada atardecer para hacer botellón, dejando sueltos a sus perros sin que parezca un asunto relevante para las autoridades.

¿De verdad supone el bote del balón naranja un hecho más pernicioso y ruidoso que esos ejemplos? Me niego a creer que no hay vuelta atrás. Málaga, la Ciudad del Paraíso que también aspira a convertirse en referencia deportiva europea, tiene la obligación de superar la eterna y cansina disputa política entre el gobierno local y la Junta de Andalucía. Las autoridades deben demostrar su madurez, poniendo en marcha las medidas acordadas, demostrando su apuesta por una ciudad saludable con una juventud que practique el deporte en las mejores condiciones posibles.