Siguen las actuaciones estelares del nacionalpopulismo en territorios que fueron de la antigua Marca Hispánica de los carolingios. Se extiende también la utilización del término que nos avisa de la existencia de un Fascio catalán, llenando un hueco en el lenguaje. Algunos secesionistas invocan aquella dura revuelta que se produjo en Cataluña entre 1687 y 1689: la guerra de los Gorretas o Barretinas. Un levantamiento de campesinos hambrientos contra los señores y su gobierno. No quieren ver que hoy en este drama los protagonistas olvidados son aquellos catalanes que no confían en los secesionistas. Son ellos los que ponen las víctimas, los atropellados en sus derechos y los represaliados. De todas formas, ahora es todo más complejo y sobre todo más turbio y mucho más tóxico. Y, por supuesto, mucho más peligroso para el resto de España y para Europa.

Cito al profesor Jordi Canal en su reciente e imprescindible historia de Cataluña: «Esta situación ha provocado un freno en las movilizaciones y un cierto desconcierto entre la ciudadanía, mientras que en el campo político han hecho su aparición o se han agravado las batallas de liderazgo, las pugnas internas y la imposibilidad de seguir disimulando en el sueño independentista el peso de la corrupción y la incapacidad para gobernar». El peso de la corrupción es en tantos aspectos ya endémico en Cataluña. Dicen que gracias en gran parte al personaje que aparece en la foto que ilustra este artículo: el Molt Honorable Senyor Jordi Pujol. El que durante más de 23 años fuera la máxima autoridad política e institucional de Cataluña.

La foto que ilustra este escrito fue tomada en una agradable tarde del comienzo del otoño de 1986 en la entrada principal de un conocido hotel de la Castellana madrileña, donde tuve el honor de trabajar. Tuvo la gentileza el entonces presidente autonómico de Cataluña de agradecerme la presencia de la bandera de su comunidad en los mástiles del establecimiento. Era ésta una lógica cortesía que el hotel dedicaba a los presidentes de las entonces flamantes autonomías del Reino de España.

A su llegada, me concedió el señor Pujol el privilegio de unos minutos de conversación con él mientras su séquito esperaba. Era un hombre amable y tranquilo. Sin duda dotado de una inmensa astucia, muy levantina, con muy buenos reflejos y una poderosa inteligencia emocional. El señor Pujol y su familia más cercana se enfrentan ahora a un largo peregrinar por los tribunales del Reino de España. Por espinosas cuestiones presuntamente unidas a las patologías de la corrupción y a la posible existencia de fortunas de vértigo y presuntos delitos relacionados con ellas. Ahora en este naufragio Cataluña y el resto de España ponen las víctimas.