¿Tendremos hoy un mártir? Un muerto, uno solo, sin que nadie sepa bien cómo ni por qué, es lo único que falta en este aquelarre político. La evidencia es que unos y otros alertan del peligro de sangre. Pablo Iglesias y la CUP a su guerrilla y al ardor civil de que no provoquen a las fuerzas españolas porque es lo que quieren los represores. Y la policía y la guardia civil habrán recibido la misma consigna. En el alambre de una melé está el funambulismo de la credibilidad. Si el que muere es un agente del orden público se debilitaría internacionalmente la causa catalana, pero si es al revés la fortalecería. Está claro, y también que en medio de la sensatez anda el diablo desdoblado entre los hooligans de la ultraderecha y los del anti sistema. Es demasiado fácil que en esta orgía carnavalesca de banderas salte la chispa de una provocación. Sin duda han sido analizadas todas las posibilidades y su manipulación. Especialmente por la CUP que tiene controlada la hoja de ruta de lo que ha ido sucediendo, de lo que puede pasar hoy y ocurrir a partir de mañana. El món ens mira (El mundo nos mira) es el lema de una estrategia que ha dado sus frutos en la propaganda internacional, en la movilización social en colegios -con la inmoral utilización de niños-, en el hostigamiento a los que los sublevados insultan y provocan, y si los que no quieren ahormarse a la sedición responden son acusados de fachas y de no demócratas si hoy no votan. Ni siquiera se ha librado Ada Colau, advertida por Mireia Boya de que Roma no paga traidores y que la CUP tiene memoria y nunca perdonará.

Quién estuvo en la batalla, bajo el franquismo, por una democracia que entonces sí que realmente no existía, y formó parte de la izquierda más activista, conoce de sobra las metodologías de lucha y sabe que la CUP está preparada para todos los escenarios posibles, y tiene un discurso para cada desenlace. Unos deberes imprescindibles, cuando el ajedrez político se empecina en que unas tablas sean jaque mate, que no han hecho el gobierno de Rajoy, prepotente y avestruz hasta que no ha tenido más remedio. Razón de peso para que dimitiese mañana su jefatura de gabinete, incluso el mismo Rajoy por la incapacidad de diálogo, de acuerdos factibles y de previsión de un problema inflamado por la tergiversación de la Historia, la deslegitimación de la ley y un himno supremacista. Tampoco ha estado listo el PSOE confuso entre la redefinición de su discurso y la necesidad de una perspectiva de izquierda ilustrada, aunque Sánchez llamó ayer a la legalidad y la convivencia en Cataluña. Igual de desaplicados Ciudadanos frente al neofascismo nacionalista -cuánto cuesta llamar a las cosas por su nombre, cuando ha de hacerse desde la izquierda-, que ha estigmatizado de no catalanes a los que no se empoderan en la independencia. Suspende igualmente una Europa de perfil, sin entender que lo que suceda hoy y sobre todo en los meses que vienen, puede ser un puente hacia un federalismo global o la espoleta de una granada de populismos que estallaría en la balcanización de Europa. España no es Bosnia ni Cataluña es Serbia, pero su ejemplo tiene mucho de peligroso e incomprensible reflejo en lo que está sucediendo y debería avergonzarnos, como las escenificaciones del franquismo que hace cantar el Cara al sol a adolescentes y jalea al aire su bandera en reacción a la acción ejercida por el independentismo (no volvamos a ser hipócritas defendiendo a los que se sublevan contra la ley y criticando a los que hacen el ridículo más absoluto y rechazable). O el papel de la Iglesia catalana, bien vista si defiende el nacionalismo, condenada si hubiese hecho homilía gubernamental.

No deseo que ocurra ninguna violencia humana. Ni siquiera un forcejeo airado, pero sería absurdo en esta comedia irreverente -que ha puesto a prueba el conocimiento de lo qué es y supone una democracia (y cómo analizar las situaciones sin dogmatismos ideológicos)- no reconocer que hasta el momento la violencia la han ejercido los que se denominan sometidos. Personas emocionalmente adoctrinadas que han acosado, al igual que los activistas militantes, a familias como Ana Moreno por exigir una asignatura más en castellano, y a su hija estigmatizada por sus compañeros; a vecinos y amigos por no posicionarse y conminados a marcharse de un país que no se merecen. Actos a los que sumar el de la reportera de Els Matins de TV3 que roció un ejemplar de la Constitución y le prendió fuego. Tampoco se han librado los periodistas y aquellos corresponsales que han mostrado dudas o han contado lo que sucede desde su neutralidad. Mathieu de Taillac de Figaro y Tunku Varadarajan de The Times entre otros denunciaron las descalificación y presiones como ha explicado Pauline Adès-Mevel, al frente del área de UE de Reporteros sin fronteras, «el libre ejercicio del periodismo se ha visto tremendamente viciado por las ansias del Gobierno de la región por imponer su relato a la prensa local, española e internacional, traspasando líneas rojas».

En esta campaña ilegal con mucho de esperpento, los insurrectos gobernantes que insisten a sus ciudadanos en que persistan y desobedezcan ocultan el hedor de su larga corrupción y mercadeo, y no han explicado que la calificación crediticia que otorgan a Cataluña las tres agencias famosas de la crisis financiera es una B+ que significa Bono basura. Es decir, que no tiene avales suficientes para recibir inversiones, y su perspectiva de mejora es negativa. Una calificación que equipara a Cataluña con Costa de Marfil y Sri Lanka, un punto por debajo de Trinidad-Tobago. Tampoco qué ocurrirá con el pago de las pensiones a partir de la independencia. Mala rentabilidad la de erigirse en una nación, que nunca ha sido, basada en una superioridad moral, en un cuestionable victimismo y en mentiras, admitidas por tantos como pos verdades, que no gozan de mi comprensión. De hecho suscribo la lúcida opinión de Eduardo Madina en contra de «reinvenciones de patrias y de soberanías plenas y cerradas, defendidas a través de un nosotros contra un ellos». Qué importante reflexionar sobre estas palabras cuando el procés ha avivado el nunca dormido del todo fantasma de las dos Españas, divididas como dice Carlos Yárnoz entre la nacionalista y la fascista, y convertirlo en un fuego que amenaza con arrasar una democracia de la que cada cual pretende apropiarse criminalizando a los otros, según intereses y cuentas pendientes. Qué conveniente hubiese sido leer en los colegios la prensa sobre todo lo que derivó en el fratricidio del 36.

Hoy no vivirá España su Revolución de Octubre, pero sí va a tener que contar con un pactado fortalecimiento del Estado para llevar a cabo mañana lo que exige la justicia contra los principales actores de los delitos. Y para responder al enfrentamiento que se prevén en el horizonte con huelgas y más presión, mientras se ahonda la escisión social de una Cataluña partida en dos, y el desafecto hacia lo español enrarecido en odio allí y aquí hacia lo español. Un panorama de uñas que hará difícil negociar una imprescindible reforma de la Constitución y un encaje económico de Cataluña en España porque en lo cultural, en lo político y en la convivencia civil hace mucho tiempo que una estaba encajada en la otra. Sin olvidar un referéndum legal vinculante a todos, y del que surja un proyecto democrático común, igual en las obligaciones y en los derechos, que cohesione España frente a amenazas más verdaderas y mayores que ya están llamando a la puerta. La clave está en rebajar la tensión, recobrar la cordura política y a pie de calle, y encontrar los interlocutores adecuados para bajar las banderas y llevarlo a cabo.

El futuro pasa por dejar atrás la maldición de Caín y de Babel, y unirnos en el espíritu constructivo de la convivencia y el progreso. Lo demás es una ruleta rusa.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.es