Conocíamos al magistrado Emilio Calatayud por las sentencias ejemplares que dicta desde su Juzgado de Menores de Granada. En una ordenó a un joven pirómano ayudar como voluntario a los bomberos, en otra condenó a un hacker a impartir gratis clases de informática. A un chaval aficionado al dibujo le hizo confeccionar un cómic de 15 páginas sobre los motivos por los que fue arrestado, a otro que robó en una peluquería le emplazó a hacer un curso de estilismo, para culminar con un examen consistente en cortar el pelo de su mismísima señoría. A un hombre así, tan pegado a la vida y poco convencional, sólo se le puede tener simpatía. Al menos hasta el otro día, cuando en el programa «Los desayunos de TVE», se cargó de un plumazo su capital de sensatez. Había sido citado para hablar del caso de Celia Fuentes, una modelo de 27 años con miles de seguidores de Instagram que se suicidó la semana pasada desquiciada por el afán por conseguir cada vez más éxito, más fans y contratos con marcas a las que publicitar.

El tema del espacio que conduce María Casado en la tele pública era la presión de las redes sociales sobre las personas que por su edad resultan muy vulnerables. Esta fue su respuesta: «Perdón por la expresión. Tomadlo bien, ¿eh?, pero las niñas actualmente se hacen fotos como putas». Existen pocas maneras de tomar bien semejante comentario. Un comentario que pertenece al guión de la primera película de la saga de Torrente, el brazo tonto de la ley. «Se visten como putas», ¿recuerdan? Un comentario digno del policía casposo, machista, racista, facha y soez que magistralmente recreó Santiago Segura. El espinoso tema de la sexualización de las niñas, la amenaza constante a su intimidad, el escrutinio a sus cuerpos desde que son pequeñas, merecería un enfoque menos barriobajero, insultante y grosero del brazo imaginativo de la ley. Da miedo el machismo de Calatayud porque lo menos que se espera de un juez es que sepa distinguir a las víctimas de los culpables.

Se visten como putas, se hacen fotos como putas. Se lo buscan ellas. La minifalda como atenuante. Me apena ver que cientos de personas en las redes sociales y en los digitales han aplaudido a Emilio Calatayud, porque «se atreve a decir lo que otros callan». A mí el silencio siempre me ha parecido una opción magnífica si no se tiene nada atinado que decir, si no se sabe hablar sin faltar al respeto a más de la mitad de la población, o si lo que se propaga es una ideología maligna que pone en peligro la integridad de las mujeres. Ha explicado después Calatayud que él solo pretendía poner el acento sobre un problema que se encuentra a diario en su juzgado. Pienso que más bien quería epatar, porque sacudir a las mujeres sale casi gratis en este país.

Esta misma semana, Rosa, una joven de 20 años, ha sido apuñalada hasta la muerte en Cartagena por su exnovio. Hacía una hora que había denunciado ante la Guardia Civil al agresor porque tenía miedo. Los vecinos inmovilizaron al asesino para que fuese detenido, cuando ni se habían comenzado a activar los protocolos de protección. No hay amparo para la amenaza cierta que supone la violencia machista. Mientras que cientos de efectivos de las fuerzas de seguridad del Estado se desplazan a Cataluña y la justicia trabaja incansablemente para evitar un referéndum pacífico, a las mujeres en peligro real no las protege nadie. Y un juez se acuerda de ellas para conseguir su minuto de gloria televisiva y hacer un chiste malo.