Mientras aguardamos el Armagedon catalán (episodio bíblico que anuncia la batalla final entre los buenos y los malos) entretengámonos un rato con algunas de las revelaciones que se hicieron para explicar la complejidad de ese fenómeno de empecinamiento que hemos dado en llamar el «procés»- Entre otras, según avanzaba El País en su edición del pasado 23 de septiembre, una supuesta injerencia del gobierno ruso. Una injerencia que se habría desarrollado mediante la difusión de noticias falsas, cuando no de medias verdades, con el propósito de inducir a la confusión de la opinión pública y en última instancia debilitar a la Unión Europea y enmarañar sus relaciones con Estados Unidos. A tal efecto, según el periódico madrileño, se ha venido utilizando un canal de televisión de alcance internacional como RT y las páginas web de conocidos activistas como Julian Assange (refugiado en la embajada de Ecuador en Londres) y de Edward Snowden (antiguo agente de la inteligencia norteamericana acogido a la protección de Putin) para difundir mensajes engañosos. Desde esos potentes altavoces mediáticos se denunciaba la represión ejercida desde el Estado español sobre la ciudadanía catalana coartando su derecho a expresarse libremente; se especulaba con el seguro ingreso de la República catalana en la Unión Europea poco después de alcanzada la independencia; e incluso, con consecuencias mucho más dramáticas, con el desencadenamiento de una guerra civil. Por supuesto, el Kremlin se ha desmarcado de esas acusaciones y en una declaración oficial reitera que el problema planteado por el independentismo catalán es un asunto interno de España que solo a su gobierno compete resolver. Al que esto escribe, que ni es espía ni frecuenta las llamadas redes sociales, este cruce de intoxicaciones le recuerda bastante las películas de James Bond o las novelas de John Le Carré en las que los agentes de las potencias enfrentadas tenían «licencia para matar» por tan sagradas como secretas razones de Estado . Últimamente, el gobierno presidido por Putin (un antiguo espía del KGB) está siendo acusado de interferir en procesos electorales ajenos, incluido entre ellos el de Estados Unidos, donde habría apoyado la candidatura de Trump en detrimento de Hillary Clinton que era inicialmente la gran favorita. Las acusaciones contra las supuestas injerencias rusas en la política de terceros países no son de ahora. Recientemente, leí un artículo de Javier Moreno Luzón, catedrático de Historia de la Complutense, en el que de forma muy amena hace un repaso sobre diversos episodios de la influencia rusa en la política española. Desde las observaciones hechas por Trosky en 1916 sobre el potencial revolucionario de España dado «el problema agrario y el carácter violento de sus habitantes» hasta la ayuda militar brindada a la República durante la Guerra Civil, pasando por los temores de Alfonso XIII a un contagio de la revolución soviética de 1917. Durante la dictadura franquista, Rusia era el enemigo a batir y yo aún conservo un ejemplar de aquellos pasaportes que autorizaban a viajar libremente por el mundo «excepto Rusia y países satélites». Por lo demás, es curioso que todo eso aparezca en un periódico presidido por Juan Luis Cebrián que allá por 1980 fue acusado infundadamente de ser agente del KGB y en 1986 publicó una novela de intriga titulada La Rusa.