Me gusta la iglesia que canta, pues quien canta ora dos veces, la que huele a incienso y a menos paso quiero, a pastor cercano. Me gusta la iglesia de Cáritas, la que se hunde en las raíces del mundo con sus laicos, la que una vez gritó no tengáis miedo. La de vigilia y tradición, de culto y devoción, la que consigue que un comunista reconozca la revolución de Jesús el Nazareno, la que hace comunidad, redime, perdona y acoge. La que se enfrenta a la afrenta, la que sabe su función y su lugar, la de un mandamiento nuevo os doy, la que evoluciona con nuestro tiempo, la que abre puertas y cierra heridas, la que cada Semana Santa sale a la calle y reza con los pies, la del patrimonio conservado y el misterio desvelado. La que acompaña en el dolor y ensalza la alegría, la de limosna y clausura, piedad y paz, de sandalias gastadas, la que eligió el amor de Dios por encima del temor de Dios, la del sacramento virtuoso, la del camino de Santiago, la del pescador de almas que promete vida eterna, la que no se somete a órdenes ni prelaturas.

Me gusta la iglesia del párroco que se desvive por atender cuatro pueblos, la que se alza con el esfuerzo de todos, la que se encarna en pastoral penitenciaria, en unción de enfermos y en hogar del desamparado. La de María Magdalena, la de Eva con aquello de Adán, la de antes de dividirse para andarse por las ramas, la de los mártires ejemplares y su honor inolvidable, la de campanas al vuelo y frente alta, la de ofrenda floral y sentimiento popular, la de sabios y escribas, doctores y estudiosos. Me gusta la iglesia de vaya usted con Dios y que Dios me coja confesado, la de a Dios gracias y adiós muy buenas. La de bostezo en maitines y escotazo en bodorrio, la de estampita en la cartera y vade retro, Satanás. La de los ángeles custodios que guardan las cuatro esquinitas de mi cama, la de una misa del gallo en familia, la que toca el corazón, la de un Cristo que se ofreció por nosotros, la que engalana sus altares para recordarnos que María es madre, la del Domund cuando era pequeño, la católica, apostólica, romana, renacentista y barroca. Me gusta la iglesia de confesionario abierto 24 horas para pecados veniales, y la del vino bueno, que al fin y al cabo es sangre de Cristo.

Me gusta la iglesia que pintaron Velázquez, El Greco, Murillo o Zurbarán, la que escribieron Humberto Eco, José Hierro o C.S Lewis, la que cantaron Leonard Cohen, George Harrison o la que inspiró el Ave María de Schubert. La del hábito no hace al monje, la de fiestas de guardar, la de adoración perpetua, la de la Virgen de tu barrio, la de llevar huevos a Santa Clara, la de repostería de religiosa y la de cantos gregorianos en Los 40 principales. La del buen ladrón, la de los pastores de Fátima, la de las parábolas juguetonas y los dogmas indescifrables.

Me estremecí la primera vez que contemplé la Piedad de Miguel Ángel, el último abrazo de un moribundo a un misionero, y más aún el grito de una niña violada por Boko Haram sólo porque cree en esa iglesia.

Pero me repugna la otra cara de una iglesia que no zanja la pederastia, que permitió que ETA naciera en un seminario, la que hace bien mirando a quien, la que parece disfrutar poniendo la otra mejilla, la miedosa y timorata, la que cuenta el tiempo en siglos en vez de en años, la que cede sus templos a mercaderes, la de obispos cobardes y arrogantes, la que no da la cara por quienes lo dieron todo por ella, la que no pide perdón ni permiso, la de un Caín sin coartada, la de curas de telemaratón y enseñanzas de todo a cien, la de vuelva usted mañana, la del fariseo en su traje de domingo y la del hipócrita de haz lo que yo digo pero no lo que yo haga. Me da asco la iglesia que confunde el púlpito con un escaño, un sermón con un mitin y el apostolado con el adoctrinamiento político. La que dirá que Jesús nació en una masía del pirineo catalán, la que cuelga esteladas de la cruz, la que llena de cava las pilas bautismales y la que empieza las lecturas con un saben aquel que diu. Sí, me dan arcadas esa iglesia y todos los que la sujetan.

«A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César». Lucas 20:25.