Hoy hablar de Málaga es también avizorar a Cataluña. En una semana inaudita, turbada por los convulsos episodios independentistas, los cuales, de forma infame, nos tienen a todos en ascuas, analizo el término irracional desde un punto de vista empírico para intentar comprender el procés del agravio catalanista. El futuro depende de muchas variables macro económicas fuera del control de estos ignaros dirigentes soberanistas, quienes prometen un brillante porvenir independiente sin contar para ello con las graves repercusiones socio políticas que están generando.

La presunta emancipación, en este caso, es semejante a jugarse al azar el devenir vital de millones de ciudadanos, circunstancia ésta que nadie concebiría desde un proceder racional por tener un coste esperado negativo muy alto. Así ¿por qué insisten algunos políticos autárquicos en avanzar hacia el caos esgrimiendo unos argumentos históricos tergiversados? Quizás porque éstos se rigen por el primer principio de la política: lo sustancial es la reelección, tras la corruptela concebida e incrementada.

Desde el sendero-mirador de la Alcazaba, recién abierto tras siete años de ostracismo, continuo considerando lo irracional. La irracionalidad es un fenómeno generado en nuestro pensamiento por medio de errores, aberraciones o decisiones ilógicas. Los proyectos irracionales son absurdos, basados generalmente en ideas egocéntricas. No son realistas, no tienen sentido ni dirección determinada. No se apoyan en datos, es decir, son falsos y encuentran miles de causas a sus conflictos únicamente en los demás sin tener conciencia de sus fallas personales. Eugéne Ionesco en su obra El rinoceronte, fábula dramática sobre la propagación social del totalitarismo, nos advierte: «El miedo es irracional. La razón debe vencerlo».