Con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones. El trabajo es realizado por aquellos empleados que no han alcanzado todavía su nivel de incompetencia». Les sonará. Es el corolario del célebre principio de Peter, esbozado por Laurence J. Peter. Todo miembro de una jerarquía llega a un puesto en el que desempeña su máximo nivel de incompetencia.

España es un inmenso campo de experimentación del principio de Peter. Por eso todo el mundo actúa, no a la altura que está o debiera o para la que se le paga, y sí uno, dos o tres escalones por debajo. El discurso del rey Felipe VI era propio de un enérgico presidente del Gobierno. El presidente del Gobierno Rajoy actúa como si fuera el presidente de un club de fútbol, de una comunidad autónoma o de una comunidad de vecinos grandota con problemas por el uso de la piscina («hay alborotos»). Los líderes de los partidos parecen hinchas o macarras o ejecutivos. O presentadores de televisión. Los tertulianos parecen militantes, los burgueses, radicales, los radicales, revolucionarios. Cierta gente con aura respetable, nietos, nómina y todoterreno, chusma. Ni los medios estamos a veces a la altura. Mucho libelo, mucho panfleto, mucha propaganda. Cierta catalanidad actúa aldeanamente, no pocos demócratas, como golpistas. hasta Alfonso Guerra (ayer en Onda Cero) habla como un exministro de Interior y no como un exvicepresidente socialista. Y eso que dijo verdades duras y desacomplejadas.

En fin, uno mismo al perpetrar estas líneas tal vez tampoco esté a la altura, dado que buena parte de la parroquia espera del firmante que le saque una sonrisilla y no que se ponga solemne o eche una filípica. Me gusta bastante el término filípica, no sé si le gustaría tanto a Filipo II de Macedonia cuando Demóstenes le echaba aquellas broncas, lo cual dio orígenes al término. Hoy Demóstenes sería un celebrado tuitero envidiado por su ingenio y elocuencia y atacado por envidiosos sin sentido del humor o discrepantes políticos. O sea, por incompetentes sin sentido del humor. Como ciertos dirigentes políticos actuales, convencidos de su misión histórica inconscientes de su propia inconsistencia.

Pero esto tal vez no es ya el principio de Peter y sí el de Dunning-Kruger, un par de cachondos los que les dieron el premio Nobel en el 2000 por sus investigaciones, el que debemos enunciar: «Los individuos incompetentes tienden a sobrestimar su propia habilidad. Son incapaces de reconocer la habilidad de otros. Incapaces de reconocer su extrema insuficiencia. Sólo si son muy, muy entrenados pueden aceptar su falta de habilidades previa».

Vamos a entrenar a unos cuantos. Aunque con leer ya les iría bien. Aunque si estudian los ascienden. Y ya la tenemos liada. Peter, resucita. Hazte carne entre nosotros, que aquí tienes cobayas. Que se creen bellos galgos.