Se echa de menos en la ciudad un poco de campo. Se cree el entorno urbano demasiado a sí mismo. Subestima la verdad aupado en su artificio. Pero al menos huele a romero cuando caminas por la pasarela que rodea la Alcazaba malagueña. Qué bonito caminar junto a los muros de su historia, serpenteando un poquito por la ladera, asomados desde esa altura a la ciudad que se enseñorea abajo ensimismada. Cerca de una década llevaba construido ese mirador. Pero nació cerrado.

Me explicó el proyecto quien lo diseñó, el arquitecto Iñaqui Pérez de la Fuente, ya hace años, en una entrevista en televisión. Me entusiasmó escucharle. Recuerdo cómo me insistía, mostrándome la infografía original de proyecto y las fotos de su construcción, en que transitar por ese camino de acero corten de aspecto degradado y óxido para mimetizarse con la roca y diferenciarse a un tiempo por su aspecto contemporáneo, permitía al paseante en un punto tener una perspectiva de los Montes de Málaga, desde otra zona divisar la ciudad musulmana, y desde un tercero, pegadito a la Alcazaba, contemplar en un picado desde lo alto, a manera de foco cenital, el Teatro Romano que queda debajo. La preocupación de Iñaqui por el abuso que se pudiera cometer de una pasarela con sus miradores que no se usaba, sin contrato de mantenimiento y vigilancia ni fecha de apertura, era ya grande.

Los fondos destinados para el proyecto, unos 600.000 euros de aquellos dineros públicos que el presidente Zapatero repartió con desigual fortuna para animar un contexto golpeado por la crisis, deberían haberse enmarcado en paralelo con otras actuaciones en ese entorno tan hermoso como olvidado que rodea por la espalda el edificio del cine Albéniz y sus aledaños. Pero qué va. Aquello me hizo recordar la ilusión con que recibimos los jóvenes de entonces el derribo de la Casa de la Cultura, convenientemente inducidos a odiarla como un excremento del dictador sobre los cimientos del Teatro Romano. El derribo estuvo ahí tanto tiempo que nos dio para pensar si aquel edificio no era tan feo, además de para aprender cómo su propio pilotaje descansaba con cierto cuidado entre los vestigios que tenía debajo sin haberlos destruido, gracias en parte a una directriz arquitectónica que fue valorada a posteriori. Pero la prisa política por su derribo simbólico nos dejó a los niños de barrio sin su biblioteca -entonces no había muchas más en Málaga-, en la que estudiábamos teniendo por los ventanales el singular paisaje de Roma, Al Andalus y el Gibralfaro cristiano como una lección de Historia viva ante nuestras narices.

El olor del romero te hace olvidar esa parte para disfrutar del todo. Caminar por la pasarela -abierta de 10 a 17 h- no sólo es ya una opción más en las guías turísticas para sumar atractivo a la ´Málaga, Ciudad Genial´. Es dar pasos hacia la lógica de las cosas que se aprueban, se proyectan, se construyen, se mantienen y, obviamente, si merecen la pena, como es el caso, se disfrutan y aprovechan.