La chica arrastrada escaleras abajo y el policía al que le arrojan a la espalda una silla. La bandera de España y la estelada. Las urnas retiradas y los coches patrulla sacudidos. La porra y el escupitajo en la cara. El mosso y el guardia civil. Puigdemont y Rajoy. La Constitución y el referéndum.

Como cualquiera, uno anda sumido en esta modernidad que no nos permite el reposo ni la calma, esta modernidad de la hiperinformación que es menos información de lo que creemos porque mucho es intoxicación y otro mucho es porquería no contrastada. Pero como el periodismo está empeñado en escribir su propio obituario dejando que cualquiera con un teléfono se convierta en fuente informativa y en reportero a jornada completa, gratis y entusiasta, pues acaba uno, decía, con la cabeza tarumba de recibir whatsapps, tuiters, post de facebook y todo esa gran maraña donde ahora se oculta la verdad y que algunos han dado en llamar ´posverdad´ y que no está basada en hechos objetivos, sino en las emociones, creencias o deseos del personal.

Y envuelto en esa vorágine acaba uno sintiéndose como como en aquella canción de Lluis Llach que yo también canté alguna vez en los setenta y que se ha vuelto a poner de moda, L´estaca. Y me siento así porque gente que más o menos me conoce me envía masivamente su parte de lo que considera la verdad que debe ser difundida (Si jo l´estiro fort per aquí) y otra gente que también cree conocerme, me envía la suya de signo contrario e idéntica fuerza (i tu l´estires fort per allà). Y uno recuerda de su cada vez más remoto bachillerato que, según la tercera ley de Newton, (la única, por lo visto, que se está respetando últimamente) dos fuerzas iguales y opuestas se anulan, y aunque unos y otros piensan que segur que tomba, aquí sigo, incólumemente atónito, entristecido, sin caer del todo hacia ningún lado.

Porque uno, en su estupor, entiende y respeta y defiende que alguna gente se sienta nacionalista catalán y aspire a la independencia, pero no puede admitir que lo quiera a las bravas, haciendo confeti con la Constitución que tanto nos costó. Y uno, que alguna vez sintió en el lomo la dureza de la porra policial, puede comprender perfectamente que la violencia es terrible, pero también se pone en el pellejo del policía acosado, insultado, agredido, y que debe seguir cumpliendo las órdenes recibidas, y le duele de la misma forma. Y al cabo del rato de sopesar las fuerzas contrarias e iguales, acaba recordando a Josep Pla, cuando se preguntó «y esto quién lo paga», y entonces lo ve más claro. Esto lo paga, como siempre, la gente, la sufrida gente, la que lo está pagando.