Semana de vértigo tras la jornada del 1-O. Huelga general contra las cargas policiales, acoso de jóvenes enfurecidos a policías y guardias civiles rozando la tragedia, brotes de odio indignantes, acoso de profesores independentistas a hijos de guardias respondido solidariamente por otros alumnos, comparecencia del Rey, réplica de Puigdemont, frenética busca de mediadores y fuga de empresas y bancos catalanes a Madrid, Zaragoza, Valencia y Alicante. Serio aviso. Si se declara unilateralmente la independencia, como pretende la CUP y el mismo President, la hemorragia empresarial será incontenible. Y el Estado intervendrá con decisión.

El discurso del Rey Felipe VI cosechó gran acogida fuera de Cataluña; pero también rechazo total de los independentistas y decepción entre los moderados en Cataluña que esperaban aire para recuperarse. El discurso activó, sin embargo, a la Cataluña silenciosa que ahora ya habla y sale a la calle. «El clima ha cambiado a mejor en las reuniones de profesores», estima el vicerrector de una universidad pública. Antes, esos profesores contrarios a la independencia callaban; pero se sintieron respaldados por el discurso del Rey. El «no os abandonaremos», revitalizó a media Cataluña temerosa de quedar marginada. Cierto es que Rajoy lo había dicho antes, pero la credibilidad de don Felipe es muy superior.

El estado mayor de la secesión -una docena de personas en torno a Puigdemont- entendió el mensaje del Rey: primero, restituir la legalidad constitucional violada gravemente en el Parlament y por el propio Govern, y después «espacio para el entendimiento y la concordia». Se interpretó que el Rey daba cobertura a la aplicación del articulo 155 de la Constitución, la Ley de Seguridad Nacional o lo que hiciera falta. Otra cosa, muy grave, es que el Estado, si llega a suspender la autonomía, no tiene estructura, ni gente en Cataluña para aplicar esas medidas. «Nos dimos cuenta de eso en la manifestación tras los atentados agosto cuando acudimos allí sin cobertura porque del Estado apenas queda nada», reconocía un alto dirigente del Partido Popular. Aznar, que ha reaparecido con un comunicado en el que pide casi ofensivamente a Rajoy que actúe ya, en su día cedió hasta el tráfico en las carreteras a los Mossos; y los gobiernos socialistas se prodigaron también en cesiones. Nadie se dio cuenta hasta ahora, por más que se venía denunciando.

Tras el mensaje del Rey se intensificó la búsqueda de mediadores solicitada por dirigentes del PDCAT, de dentro y de fuera del Govern. Que se sepa, se pidió auxilio a Pedro Sánchez, a Antonio Garrigues, a Miquel Roca Junyent, al propio Albert Rivera a pesar de su rotunda posición, a Alfredo Pérez Rubalcaba y a otras personalidades. Buena voluntad sí, todos, pero nada que hacer sin restituir la legalidad. Por pedir mediación, hasta Pablo Iglesias, siempre ocurrente, acudió a los arzobispos de Madrid y Barcelona. Nada. El Vaticano quiere que se respeten las leyes y la Unión Europea por supuesto.

Así las cosas, la maquinaria de agitación secesionista mandó descansar - Omnium Cultural y la ANC recomiendan recuperar fuerzas hasta que se proclame la independencia- y solo la CUP, Esquerra y el propio Puigdemont quieren seguir adelante como sea. Aspiran a contar con otro patinazo de Madrid, como la cita de alcaldes en la Fiscalía que los hizo héroes en su pueblo, o las cargas policiales. Pero en Cataluña ya hay muchos ciudadanos seducidos por la magia del Procés que empiezan a darse cuenta que algo falla. Oriol Junqueras aseguró que la UE aceptaría una Cataluña independiente pero el Sabadell dice que se va para no quedar fuera del ámbito del Banco Central Europeo. Artur Más aseguró hace dos años que los bancos no se irían y se han ido, no sin tensiones internas, especialmente en La Caixa. El libro de Josep Borrell «Las cuentas y los cuentos de la independencia» cobra vigencia. Pero esta semana, a saber lo que pasa en el doloroso Via Crucis catalán. De fiesta, nada.