Desde que comenzó a quedar claro que habría referéndum en Cataluña, sirviera para lo que sirviese, se han dado tantas vueltas a la situación y se han presentado tantas opiniones contrapuestas que es imposible decir nada ya sin reiterar los argumentos archisabidos. Esa situación de agotamiento queda subrayada por la respuesta que ha enviado la Generalitat al presidente Rajoy dejando en el limbo si la república catalana ha sido fundada o no. Si no fuese de tanta trascendencia el pulso en marcha, el hartazgo haría que nos desentendiésemos de un proceso que recuerda cada vez más los diálogos de Gila y las películas de los hermanos Marx. Resulta todo un alivio contemplar la situación española desde fuera. Estaba yo en Estados Unidos cuando el presidente Puigdemont pronunció el discurso inefable en el que proclamaba el nuevo Estado para, a continuación, dejarlo en suspenso. Al día siguiente, busqué en los dos periódicos que te dan con el desayuno en el Hotel Irvine de California, el USA Today, populista, y el The Wall Street Journal, conservador, en busca de la noticia que, imaginaba, saldría en portada. Pero no. El populista se limitaba a insertar un párrafo en las páginas interiores, en la sección "En breve" diciendo que el diálogo sigue en la independencia catalana.

Era el de Wall Street el que daba más cobertura, con foto del Parlament incluida, titulando a media página en la sección de "Noticias del mundo" que Cataluña demora la ruptura para permitir el diálogo, si bien para añadir luego en el texto que la firma posterior de un documento embarra aún más las aguas. La noticia en portada apareció en el Wall Street Journal dos días después haciéndose eco de la manifestación de los catalanes unionistas paseando sus banderas por Barcelona. Poco más. Así que, desde California, se contempla la crisis como un asunto lejano y menor, de interés muy inferior la de la amenaza del cambio climático que puede hacer difícil encontrar al pez payaso, el Nemo de los dibujos animados. Nos hemos ganado a pulso que no se nos tome en serio en los centros del poder del mundo.

De hecho, la única alarma que llega de las instituciones europeas habla del desastre que supondría el que la voluntad de independencia se generalizase planteando más de setenta estados en Europa. Pero ahí seguimos, llamando todos al diálogo y esgrimiendo la democracia como bandera a la vez que se desprecian las leyes y se contesta a la pregunta acerca de si esto es Bélgica diciendo que hoy es martes. Ni siquiera los diálogos bufos dan para más. Llegarán las diez de la mañana del jueves sin que los mantras dejen de repetirse y, entonces, algo habrá que hacer; algo que no consista sólo en pedirle diálogo al otro. Hasta los juegos de la ruleta tienen un momento en el que las apuestas cesan y hay que esperar a ver en qué casilla cae la bola. Tal vez entonces entendamos cuánto hemos perdido por culta de tanta gilipollez.